PSICOLAX

"Cuando sabes verdaderamente quien eres, vives en una vibrante y permanente sensación de paz. Puedes llamarla alegría, porque la alegría es eso: una paz vibrante de vida."

Eckhart Tolle

Tuesday, May 1, 2018

Lammoglia… Relaciones de deuda.



Relaciones de deuda.
 Por: Dr. Ernesto Lammoglia
 La historia de las relaciones humanas es compleja. El proceso de civilización no fue planeado por la humanidad con metas y objetivos claros. Las necesidades, ideas, emociones y acciones de millones de individuos se han entrecruzado de modo continuo en relaciones de afecto o antipatía, cariño o desprecio, amistad o enemistad. Este intercambio de sentimientos ha originado cambios fundamentales en la historia que nunca fueron planeados. De esta interrelación de los seres humanos se ha derivado un tipo de orden en el que se dan alianzas y asociaciones que van desde la pareja hasta la formación de un país.
Por siglos y hasta antes de la Edad Media, los individuos tenían poco contacto entre ellos. Su vida se estructuraba en función de un espacio relativamente pequeño. A partir de ahí, y especialmente en las últimas décadas, la estructura de las relaciones humanas se ha intensificado a tal grado, que para la mayoría de los actos cotidianos se hace indispensable la colaboración mutua. Cada vez más, dependemos unos de otros para la supervivencia individual.
Así, hacemos contacto con un gran número de individuos, a veces en un solo día.
Muchos de los intercambios que hacemos parecen indiferentes a nivel emocional, pero no es así.
Toda relación, por breve que sea, lleva una carga emocional implícita. La cajera del banco, el chofer del autobús, el portero del edifico, cualquiera, nos cae bien o mal, nos agrada o no.
Intercambiamos gestos que expresan nuestro sentir con cada uno y siempre hay un efecto.
La religión cristiana incorporó al orden de la civilización la noción de culpa. Un sentimiento generado como mecanismo de autocontrol. La propagación de éste, reduce y subordina las relaciones humanas a la intensificación de una sola moral. Seamos conscientes o no, el temor a sentirse culpable o la intención de generar culpa en el otro, rige la mayoría de nuestros intercambios afectivos convirtiendo las relaciones en situaciones, como decía Nietzche, de acreedor-deudor. Emitimos señales afectivas esperando algo a cambio y nos sentimos en deuda cuando las recibimos. Sin embargo, no siempre se recibe lo que se espera y esto es causa de frecuentes y variados conflictos en las relaciones humanas.
Hemos convertido las señales afectivas en una moneda de canje. Las utilizamos como medio para obtener algo o con el fin de incentivar la reciprocidad en el intercambio afectivo.
Buscamos que el receptor de las mismas experimente una obligación para compensar el gesto recibido. Cuando sentimos un afecto real por otro, más vale que se lo demostremos o corremos el riesgo de no ser compensados.
Sonrisas, saludos, expresiones de buenos deseos y una gran cantidad de señales poco sinceras se intercambian para conseguir que otros cumplan nuestros deseos. Esto no tiene nada que ver con una capacidad afectiva real. Son mensajes engañosos que tratan de alterar nuestro estado emocional. Hoy en día, los medios de comunicación nos bombardean con mensajes cuya finalidad es manipular nuestras emociones. Las campañas de publicidad, y las políticas que son lo mismo, no apelan a la razón, se dirigen a nuestro sistema emocional. Pretenden que una madre se sienta culpable si no le da a su hijo su producto, o que uno se sienta con el deber de adquirir las marcas que patrocinan obras de beneficencia. El famoso día de las madres fue inventado por comerciantes con esa intención. Y funcionó, por eso no se cansan de inventar el día para todo aquello que pueda generar un sentimiento de deuda: el padre, la secretaria, el niño, el médico.
La moneda del afecto se ha infiltrado en nuestras relaciones interpersonales sin apenas darnos cuenta. Tratamos de engañar el sistema emocional de la pareja, los padres, los hijos, el jefe, el compañero de trabajo y hasta el del policía para que las cosas discurran según nuestros intereses. Actuamos y bailamos la danza del afecto fingido para conseguir que alguien no se enfade, aunque tenga motivo para ello.
Al haber convertido las señales de afecto en moneda aprendimos a reprimir la expresión de las emociones reales cayendo en una especie de rigidez conductual igualmente falsa. Tanto pretender demostrar que uno siente lo que no siente, como fingir que no siente lo que es real es agotador, aunque con la práctica, se convierta en hábito. Este tipo de comportamiento se ha vuelto requisito fundamental para las relaciones lo cual implica que tengan que practicarse dentro del plano de las obligaciones, del acreedor-deudor con todo el estrés que mentir conlleva. Expresar la verdad da paz interior. La economía del afecto nos aísla y confunde.
El verdadero afecto no espera nada a cambio ni se siente en deuda con nadie.