Durante años escribí sobre el sentido de la vida. En algunos momentos, la muerte fue un tema recurrente para mí. Me preocupaba la idea de morir algún día. Como un cliente que tuve una vez, cada día me detenía y pensaba en la muerte. Ese es un ejercicio interesante que hacer, y las sensaciones pueden lo suficientemente desagradables para arruinarse el día entero o, en su caso, provocarse magníficos ataques de ansiedad. ¿Cómo sería morir? ¿Qué significaba la muerte? Para mí, este ejercicio era parte de un programa más grande que, sin saberlo, estaba llevando a cabo conmigo mismo: el Programa Depresión, en el que trabajé afanosamente durante años hasta que me di cuenta de lo que estaba haciendo y empecé en su lugar el Programa Goce y Disfrute. En ese momento me olvidé de la muerte y me centré en vivir, que era un asunto que en ese momento me ocupaba más completamente y que, en cierto modo, se había convertido en urgente.
Me olvidé del tema de la muerte hasta que mi madre, en Mayo de 2012, me recordó que todos morimos, y que también algún día sería el mío. Describí mi propia experiencia en una historia a la que le tengo especial cariño: El Sentido De La Vida: La Muerte. Afortunadamente, en ese momento yo había terminado mi formación en PNL y contaba con algunas herramientas más a mi disposición para gestionarme el trance. Mi propósito en este artículo es compartir contigo algunas de las cosas que yo hice para integrar la muerte de mi madre de un modo útil y beneficioso.
La muerte es el punto final a la experiencia vital. Mientras vivimos, nuestras vidas son como libros que se están escribiendo. Cuando morimos, esos libros reciben el punto final y el correspondiente “FIN”. Es entonces cuando el libro está completo, y puede ser leído, releído y disfrutado de mil y una formas. Mientras mi madre vivía, su historia se estaba desarrollando. Ella continuaba escribiendo páginas. Cuando murió, incluso de la manera en que escogió hacerlo, su libro estaba terminado. Era el momento de cerrarlo por fin para poder abrirlo de nuevo y comenzar a aprender de otra manera sobre el modo en que ella había elegido vivir. En ese libro completo encontré nuevos aprendizajes, nuevas perspectivas y nuevas comprensiones, y cada vez que abro ese libro, que va conmigo a todas partes, encuentro lecciones que en su momento había pasado por alto o no había comprendido entonces. Entender mejor ese libro me ayuda a entenderme mejor a mí mismo, pues tanto ella como yo hemos sido humanos viviendo una vida humana.
En esta parte del mundo, la muerte es un tema tabú. Como el sexo y algunos otros asuntos, no se habla de la muerte. Especialmente en occidente tenemos una relación extraña y malsana con la muerte, como si fuera algo que no tuviera que ser, un error en el sistema, un borrón en el libro de la vida. Lo cierto es que la muerte es la última página de cualquiera de nuestros libros y el fundido a negro de la última escena de cada una de nuestras películas.
Vivimos como si no fuéramos a morir nunca, en una absurda negación, como si la muerte fuera algo malo e indeseable. Es más, vivimos creyendo que, en algún momento, de alguna manera, ocurrirá algo que nos salvará de morir, con un pie en la vida y el otro tanteando la oscuridad con la esperanza de, en algún momento, topar con ese algo que nos salvará del funesto fin y nos permitirá vivir para siempre. Queremos continuar viviendo, eternamente, esa vida que estamos viviendo a medias confiando estúpidamente en la salvación de nuestros pellejos por algún milagro absurdo. Eso nos impide comprometernos con la vida misma y entregarnos al proceso de vivir, sabiendo y disfrutando, más allá de toda duda, que un día será el nuestro y que ni siquiera sonarán trompetas o habrá un día de luto mundial.
¿Por qué estás dispuesto a morir? Esa es una pregunta importante que hacerse en la vida.
Hay una diferencia importante entre conocer y saber. Para la muerte, es la diferencia entre pensar que vas a morir y, de algún modo, sentir esa certeza inequívoca de que así será. De la misma manera en que es diferente leer un libro sobre saltar en paracaídas y, realmente, subirse a un avión y saltar, es diferente pensar en la muerte a sentir la profunda y verdadera certeza del evento. Algunas tradiciones en algunas culturas incluyen ritos que simulan la muerte, rituales en los que el iniciado ignora la mecánica del ritual y, al menos por un instante, cree hasta la última célula de su ser que va a morir. Estas experiencias, igual que otras experiencias cercanas a la muerte que ocurren espontáneamente, conllevan profundas transformaciones. Como una vez me dijo mi amigo Juan Luis: “La pena más grande no es morir, sino hacerlo sin haber vivido”.
La principal ventaja de este marco de pensamiento es la idea de la vida como un proceso de aprendizaje; venimos aquí a aprender. Eso me permite relativizar cualquier cosa que ocurra en mi vida. Pase lo que pase, haga lo que haga, ocurra lo que ocurra… he aprendido algo. Esto me permite obtener, como mínimo, una agradable sensación de satisfacción por el aprendizaje, y esto incluye asuntos como la muerte.
En un cierto punto de mi evolución llegué a la conclusión de que mi mente era mía, y a mí me correspondían tanto la responsabilidad como el privilegio de organizarla de la mejor manera posible, así que escogí hacerlo en términos de utilidad, beneficio y disfrute. Te invito a que hagas lo mismo. La religión me proporcionó algunas ideas interesantes. La ciencia me proporcionó algunas ideas interesantes. Ahora, mi mente es mía, y yo elijo lo que creo y la manera en que funcionan las cosas en el mundo en el que vivo. ¿Por qué salen las estrellas por la noche? ¿Por qué sale el sol? ¿Por qué llueve? ¿Por qué vamos todos hacia el suelo? ¿Por qué nacemos y por qué morimos? ¿Para qué lo hacemos? ¿Es el Universo un lugar amenazante o un lugar amistoso? Organizar un entendimiento profundo del mundo es tarea y responsabilidad de cada uno, más allá de la labor que hagan los diferentes estamentos sociales. Observa el mundo a través de tus ojos, escúchalo a través de tus oídos y siente las sensaciones en tu ser. A partir de ahí, haz tus propias preguntas, crea tus propias respuestas y considérate abierto a repetir las preguntas y a renovar las respuestas a medida que sumas experiencias a tu vida. Esto incluye todo, y también lo relacionado con la muerte.
Encontré que me resultaba más fácil y más poderoso integrar algunas experiencias cuando podía dotarlas de un sentido, de un propósito. Mi madre murió de un cáncer de páncreas. Ella escogió hacerlo así. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué tiene eso que ver conmigo? Esas fueron preguntas a las que tuve que dar respuesta.
Ignoramos la mayor parte de nosotros mismos, y eso incluye nuestras razones y nuestros propósitos más profundos. Ahora mismo estás haciendo latir tu corazón, estás haciendo correr la sangre por tus venas, estás gestionando tu respiración, estás sanando lo que haya por sanar y estás haciendo crecer tu pelo y tus uñas. Ignoras como lo haces. No tienes la más mínima idea. Tal vez, al principio, mientras estabas creándote a ti mismo en el vientre de tu madre, todo esto era obvio. Si lo fue, en algún momento lo olvidaste. No eres lo que piensas de ti mismo; eso ni siquiera empieza a describir las cosas. Eres algo mucho más grande que eso, mucho más profundo, mucho más complejo e intrincado, y así de complejos e intrincados son los mecanismos de la vida humana, cuyas raíces se pierden en la evolución de los seres a través de miles de millones de generaciones. En un cuadro así de grande, las cosas cambian de significado. En una perspectiva espiritual, el tiempo y el espacio es todavía más ancho, largo y grande. Hay más juego y más disfrute.
Todavía más allá, eres consciencia, el contenedor de la experiencia que vives. Una entidad que se organiza en niveles de complejidad creciente desafiando incluso a las leyes de la termodinámica. La consciencia es un principio organizador que hace que las cosas, al menos en esta parte del Universo, se organicen en sistemas cada vez más complejos y sofisticados.
Leí “El libro tibetano de la vida y la muerte”. Por supuesto, este libro incluye la idea de la re-encarnación, con la que me siento muy a gusto, dicho sea de paso. Y este libro habla de los “bardos”, que son una especie de umbrales con entidad propia entre la muerte y el renacimiento. Incluso una técnica de PNL hace uso de este concepto, un lugar fuera del tiempo y del espacio convencional en el que supuestamente estamos antes de nacer y en el que tomamos algunas decisiones en torno a lo que será nuestra nueva vida. Sea esto cierto o no, el hecho es que entrar en un trance y situarte en tal contexto para atravesar de nuevo tu vida hasta el presente tiene un impacto poderoso y terapéutico. La persona vive la experiencia como real, y encuentra nuevos significados y propósitos en las decisiones que tomó a lo largo de su vida hasta ahora, encuentra nuevas razones por las que los eventos vitales tuvieron lugar de la manera en que lo hicieron. ¿Es verdad? ¿No es verdad? Lo cierto es que experimentar el sistema desde fuera ofrece una nueva perspectiva, y una nueva perspectiva es un nuevo recurso útil.
Dicho esto, todos morimos. Algunas personas cercanas a nosotros hacen su sacrificio en su momento para enseñarnos el futuro y recordarnos que un día, también nosotros, viviremos nuestro momento. No es cuestión de despertarse cada mañana y empezar a pensar en cómo será la muerte. Esa es una pregunta para la que todos, realmente todos, tendremos una respuesta en su momento. Es cuestión de despertarse cada mañana para dar las gracias por un nuevo día y preguntarse de qué manera vas a honrar tu propia vida y el recuerdo de las personas que te precedieron y te acompañaron, al menos, durante una parte de tu propio trayecto.
Moriremos, celebremos pues que seguimos vivos, que contamos con una nueva oportunidad para disfrutar y aprender, para compartir y para vibrar con intensidad en un canto a la vida misma, para honrar la parte más profunda de lo que somos y para honrar a la vida misma. La muerte, para los que estamos vivos, tendrá que esperar. Ahora es el momento de vivir.
Me olvidé del tema de la muerte hasta que mi madre, en Mayo de 2012, me recordó que todos morimos, y que también algún día sería el mío. Describí mi propia experiencia en una historia a la que le tengo especial cariño: El Sentido De La Vida: La Muerte. Afortunadamente, en ese momento yo había terminado mi formación en PNL y contaba con algunas herramientas más a mi disposición para gestionarme el trance. Mi propósito en este artículo es compartir contigo algunas de las cosas que yo hice para integrar la muerte de mi madre de un modo útil y beneficioso.
La muerte, otra parte de la vida.
En el Universo todo está hecho de partes, y estas partes se oponen y se complementan entre sí. Algunos ejemplos de esto son el día y la noche, la luz y la oscuridad, lo masculino y lo femenino… y también, la vida y la muerte. La vida sin muerte no sería vida, sería otra cosa. Sería tal vez una vida eterna, que a mí se me antoja aburrida. La vida tiene cambios, subidas y bajadas, altos y valles. Es una experiencia cuidadosamente diseñada, y cuando reflexiono sobre ella sólo puedo sentir admiración ante la increíble belleza, equilibrio y perfección de su funcionamiento. Una fabuloso sistema en el que todo, absolutamente todo, tiene cabida y lugar.La muerte es el punto final a la experiencia vital. Mientras vivimos, nuestras vidas son como libros que se están escribiendo. Cuando morimos, esos libros reciben el punto final y el correspondiente “FIN”. Es entonces cuando el libro está completo, y puede ser leído, releído y disfrutado de mil y una formas. Mientras mi madre vivía, su historia se estaba desarrollando. Ella continuaba escribiendo páginas. Cuando murió, incluso de la manera en que escogió hacerlo, su libro estaba terminado. Era el momento de cerrarlo por fin para poder abrirlo de nuevo y comenzar a aprender de otra manera sobre el modo en que ella había elegido vivir. En ese libro completo encontré nuevos aprendizajes, nuevas perspectivas y nuevas comprensiones, y cada vez que abro ese libro, que va conmigo a todas partes, encuentro lecciones que en su momento había pasado por alto o no había comprendido entonces. Entender mejor ese libro me ayuda a entenderme mejor a mí mismo, pues tanto ella como yo hemos sido humanos viviendo una vida humana.
En esta parte del mundo, la muerte es un tema tabú. Como el sexo y algunos otros asuntos, no se habla de la muerte. Especialmente en occidente tenemos una relación extraña y malsana con la muerte, como si fuera algo que no tuviera que ser, un error en el sistema, un borrón en el libro de la vida. Lo cierto es que la muerte es la última página de cualquiera de nuestros libros y el fundido a negro de la última escena de cada una de nuestras películas.
Vivimos como si no fuéramos a morir nunca, en una absurda negación, como si la muerte fuera algo malo e indeseable. Es más, vivimos creyendo que, en algún momento, de alguna manera, ocurrirá algo que nos salvará de morir, con un pie en la vida y el otro tanteando la oscuridad con la esperanza de, en algún momento, topar con ese algo que nos salvará del funesto fin y nos permitirá vivir para siempre. Queremos continuar viviendo, eternamente, esa vida que estamos viviendo a medias confiando estúpidamente en la salvación de nuestros pellejos por algún milagro absurdo. Eso nos impide comprometernos con la vida misma y entregarnos al proceso de vivir, sabiendo y disfrutando, más allá de toda duda, que un día será el nuestro y que ni siquiera sonarán trompetas o habrá un día de luto mundial.
¿Por qué estás dispuesto a morir? Esa es una pregunta importante que hacerse en la vida.
Hay una diferencia importante entre conocer y saber. Para la muerte, es la diferencia entre pensar que vas a morir y, de algún modo, sentir esa certeza inequívoca de que así será. De la misma manera en que es diferente leer un libro sobre saltar en paracaídas y, realmente, subirse a un avión y saltar, es diferente pensar en la muerte a sentir la profunda y verdadera certeza del evento. Algunas tradiciones en algunas culturas incluyen ritos que simulan la muerte, rituales en los que el iniciado ignora la mecánica del ritual y, al menos por un instante, cree hasta la última célula de su ser que va a morir. Estas experiencias, igual que otras experiencias cercanas a la muerte que ocurren espontáneamente, conllevan profundas transformaciones. Como una vez me dijo mi amigo Juan Luis: “La pena más grande no es morir, sino hacerlo sin haber vivido”.
La perspectiva espiritual
Mi primera elección fue una ingeniería. Con esto quiero decir que la espiritualidad no ha sido algo que viniera de serie en mí, sino más bien lo contrario. Ha sido con el tiempo y con las experiencias que, poco a poco, he ido adoptando una perspectiva espiritual de la vida. Lo he ido haciendo por algunos motivos dispares, pero el más importante es porque me permite poner un marco muy amplio alrededor de la manera en que pienso y que me ofrece mucho más espacio para jugar: es una manera de expandir mi mente todo lo posible para dar cabida a cuantas más cosas, mejor.La principal ventaja de este marco de pensamiento es la idea de la vida como un proceso de aprendizaje; venimos aquí a aprender. Eso me permite relativizar cualquier cosa que ocurra en mi vida. Pase lo que pase, haga lo que haga, ocurra lo que ocurra… he aprendido algo. Esto me permite obtener, como mínimo, una agradable sensación de satisfacción por el aprendizaje, y esto incluye asuntos como la muerte.
En un cierto punto de mi evolución llegué a la conclusión de que mi mente era mía, y a mí me correspondían tanto la responsabilidad como el privilegio de organizarla de la mejor manera posible, así que escogí hacerlo en términos de utilidad, beneficio y disfrute. Te invito a que hagas lo mismo. La religión me proporcionó algunas ideas interesantes. La ciencia me proporcionó algunas ideas interesantes. Ahora, mi mente es mía, y yo elijo lo que creo y la manera en que funcionan las cosas en el mundo en el que vivo. ¿Por qué salen las estrellas por la noche? ¿Por qué sale el sol? ¿Por qué llueve? ¿Por qué vamos todos hacia el suelo? ¿Por qué nacemos y por qué morimos? ¿Para qué lo hacemos? ¿Es el Universo un lugar amenazante o un lugar amistoso? Organizar un entendimiento profundo del mundo es tarea y responsabilidad de cada uno, más allá de la labor que hagan los diferentes estamentos sociales. Observa el mundo a través de tus ojos, escúchalo a través de tus oídos y siente las sensaciones en tu ser. A partir de ahí, haz tus propias preguntas, crea tus propias respuestas y considérate abierto a repetir las preguntas y a renovar las respuestas a medida que sumas experiencias a tu vida. Esto incluye todo, y también lo relacionado con la muerte.
Encontré que me resultaba más fácil y más poderoso integrar algunas experiencias cuando podía dotarlas de un sentido, de un propósito. Mi madre murió de un cáncer de páncreas. Ella escogió hacerlo así. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué tiene eso que ver conmigo? Esas fueron preguntas a las que tuve que dar respuesta.
Ignoramos la mayor parte de nosotros mismos, y eso incluye nuestras razones y nuestros propósitos más profundos. Ahora mismo estás haciendo latir tu corazón, estás haciendo correr la sangre por tus venas, estás gestionando tu respiración, estás sanando lo que haya por sanar y estás haciendo crecer tu pelo y tus uñas. Ignoras como lo haces. No tienes la más mínima idea. Tal vez, al principio, mientras estabas creándote a ti mismo en el vientre de tu madre, todo esto era obvio. Si lo fue, en algún momento lo olvidaste. No eres lo que piensas de ti mismo; eso ni siquiera empieza a describir las cosas. Eres algo mucho más grande que eso, mucho más profundo, mucho más complejo e intrincado, y así de complejos e intrincados son los mecanismos de la vida humana, cuyas raíces se pierden en la evolución de los seres a través de miles de millones de generaciones. En un cuadro así de grande, las cosas cambian de significado. En una perspectiva espiritual, el tiempo y el espacio es todavía más ancho, largo y grande. Hay más juego y más disfrute.
Todavía más allá, eres consciencia, el contenedor de la experiencia que vives. Una entidad que se organiza en niveles de complejidad creciente desafiando incluso a las leyes de la termodinámica. La consciencia es un principio organizador que hace que las cosas, al menos en esta parte del Universo, se organicen en sistemas cada vez más complejos y sofisticados.
Leí “El libro tibetano de la vida y la muerte”. Por supuesto, este libro incluye la idea de la re-encarnación, con la que me siento muy a gusto, dicho sea de paso. Y este libro habla de los “bardos”, que son una especie de umbrales con entidad propia entre la muerte y el renacimiento. Incluso una técnica de PNL hace uso de este concepto, un lugar fuera del tiempo y del espacio convencional en el que supuestamente estamos antes de nacer y en el que tomamos algunas decisiones en torno a lo que será nuestra nueva vida. Sea esto cierto o no, el hecho es que entrar en un trance y situarte en tal contexto para atravesar de nuevo tu vida hasta el presente tiene un impacto poderoso y terapéutico. La persona vive la experiencia como real, y encuentra nuevos significados y propósitos en las decisiones que tomó a lo largo de su vida hasta ahora, encuentra nuevas razones por las que los eventos vitales tuvieron lugar de la manera en que lo hicieron. ¿Es verdad? ¿No es verdad? Lo cierto es que experimentar el sistema desde fuera ofrece una nueva perspectiva, y una nueva perspectiva es un nuevo recurso útil.
Dicho esto, todos morimos. Algunas personas cercanas a nosotros hacen su sacrificio en su momento para enseñarnos el futuro y recordarnos que un día, también nosotros, viviremos nuestro momento. No es cuestión de despertarse cada mañana y empezar a pensar en cómo será la muerte. Esa es una pregunta para la que todos, realmente todos, tendremos una respuesta en su momento. Es cuestión de despertarse cada mañana para dar las gracias por un nuevo día y preguntarse de qué manera vas a honrar tu propia vida y el recuerdo de las personas que te precedieron y te acompañaron, al menos, durante una parte de tu propio trayecto.
Moriremos, celebremos pues que seguimos vivos, que contamos con una nueva oportunidad para disfrutar y aprender, para compartir y para vibrar con intensidad en un canto a la vida misma, para honrar la parte más profunda de lo que somos y para honrar a la vida misma. La muerte, para los que estamos vivos, tendrá que esperar. Ahora es el momento de vivir.
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