Cuidar demasiado a nuestros hijos puede resultar muy peligroso. El estar al quite de cualquier necesidad que muestren para resolverla al instante les transmite lo mucho que los queremos, lo mucho que nos importan; pero también les decimos sutilmente que son unos inútiles, que son incapaces de resolver sus propios problemas.
Cuidar demasiado a nuestros hijos puede resultar muy peligroso. El estar al quite de cualquier necesidad que muestren para resolverla al instante les transmite lo mucho que los queremos, lo mucho que nos importan; pero también les decimos sutilmente que son unos inútiles, que son incapaces de resolver sus propios problemas.
Actuando así como padres adoptamos una posición de superioridad. A los hijos no les queda otro remedio que adoptar el papel complementario de inferioridad. Y desde nuestra alta posición nos esforzamos por ser unos padres ejemplares. Y procuramos que nuestros hijos estén a la altura social que les corresponde (móviles, ropa de marca, etc.). Y, por supuesto, no les imponemos castigos; ni proponemos reglas que puedan generar frustración en nuestros cachorros.
Actuando así como padres adoptamos una posición de superioridad. A los hijos no les queda otro remedio que adoptar el papel complementario de inferioridad. Y desde nuestra alta posición nos esforzamos por ser unos padres ejemplares. Y procuramos que nuestros hijos estén a la altura social que les corresponde (móviles, ropa de marca, etc.). Y, por supuesto, no les imponemos castigos; ni proponemos reglas que puedan generar frustración en nuestros cachorros.
De esta manera les comunicamos que tendrán todos los privilegios del mundo (por el solo hecho de existir y no porque se esfuercen para merecerlos) con la única contrapartida de ser dóciles. Pero si por un casual no obedecen, ¡no pasa nada!: no dejarán por ello de disfrutar de sus privilegios.
Un hijo criado en este ambiente tan protector pide ayuda constantemente y se desanima al enfrentarse a la más mínima dificultad. No soporta las frustraciones y monta fácilmente en cólera si sus deseos no son satisfechos de inmediato.
Y de esta manera las capacidades del hijo se van atrofiando por no ser ejercitadas. Su capacidad para asumir riesgos y responsabilidades no se desarrolla. La construcción de la autonomía queda abandonada. El que sus padres elijan por él le deja con las alas cortadas, porque vivir nuestra propia vida consiste en escoger entre las opciones que se nos presentan, en ir escribiendo sobre la marcha el guión al que llamamos nuestra vida.
Como decía Piaget, el niño y el adolescente aprenden a conocer el mundo y sus propias capacidades a través de sus acciones y de sus efectos. Es decir, sólo superando obstáculos puede el joven adquirir confianza en sus recursos. Y así conquistará su autoestima.
Autor del post:
joseavelinogp@gmail.com (José Avelino García Prieto)
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