La buena noticia es que, desde hace unos años, la educación emocional está reclamando su espacio en la enseñanza. Si queremos que el alumnado desarrolle plenamente su personalidad, tenemos que prestar atención tanto a su desarrollo cognitivo como al desarrollo emocional. Cada vez hay más investigaciones de cómo favorecen las emociones al proceso de aprendizaje.
Personalmente, creo que lo más interesante de la educación emocional es que nos ayuda a ser mejores personas. Es decir, mejoramos mientras ayudamos a que lo hagan nuestros alumnos. Y, si ellos mejoran, es muy posible que las familias también lo hagan.
Las emociones van a tener que hacerse un lugar en el aula. Muchos de los que nos dedicamos a enseñar, hemos aprendido a dejarlas de lado, a ignorarlas. Además, tenemos unas rutinas aprendidas de cómo hacer las clases. Y, porque negarlo: ¡cambiar requiere esfuerzo! Es cierto. Pero una vez que cambiamos, la mejora siempre vale la pena. Y entonces pensamos: ¡tenía que haberlo hecho antes!
La mayoría habréis visto El club de los poetas muertos. Si queréis continuar el camino, os dejo algunas recomendaciones:
- Ser y tener: Una película documental francesa sobre una pequeña escuela rural en la que un profesor educa a un pequeño grupo de alumnos, entre 4 y 10 años.
- Pensando en los demás: Un documental sobre la experiencia de un pedagogo japonés que, en contra de lo que suele ser habitual en su país, enseña a los niños a ser mejores personas.
- Estrellas en la tierra: Una película india de cómo puede cambiar la vida de un niño incomprendido con la llegada de un nuevo profesor a su vida.
- Entre maestros: Un documental español sobre el descubrimiento del maestro que todos llevamos dentro.
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