La envidia es un sentimiento muy común que difícilmente se reconoce como tal.
Sus orígenes están en nuestra infancia. Desde pequeños empezamos a experimentar un fuerte deseo por tener, recibir, hacer lo que otros niños tienen, reciben, hacen. Nos produce rabia y frustración no poder alcanzar lo que consideramos ser el objeto de ese deseo. Ese mismo sentimiento se manifiesta muchas veces mezclado a sentimientos de celos, cuando por ejemplo los padres dan atención a otros hermanos o niños u otras personas y el niño no acepta que sus padres, su ‘objeto de posesión’, se dirijan a otros.
Experimentar estos sentimientos para el niño es vital ya que, con el tiempo y con la ayuda de sus educadores y de la experiencia, puede distinguir, modular, modificar la envidia en espíritu de emulación, imitación y finalmente de superación personal. Si esto no se produce, arrastrará en la edad pre-adulta y en la madurez sentimientos negativos, creencias limitantes que no ayudan su evolución.
A menudo el objeto del deseo del envidioso no se corresponde a lo que realmente necesita en su vida, pero está tan distraído de si mismo y tan centrado en el otro, que se olvida de escucharse y valorar no solo o no tanto lo que tiene, sino más bien quien es…
Es por esto que se desencadenan una serie de estados de animo que pueden llegar a ser perjudiciales y hasta destructivos (en los casos más patológicos) que estropean toda relación – con uno mismo y con los demás – y todo resultado.
Se podría hablar de envidia no solo como sentimiento sino como una forma de conducta, y hasta como forma de conducirse por la vida que no solo tiene sus causas, sino también sus efectos, consecuencias o funciones finalistas” (Marino Perez, 2004). La envidia, desde esta perspectiva, cumple un papel social relacionado con la “función de regulación del poder”.
Pero…¿ la envidia sana existe? Mira el video primero…
Pues personalmente me cuesta hablar de envidia sana, la verdad. Considero más sensato hablar de envidia que se puede transformar en un sentimiento sano, como puede ser tomar impulso de lo que vemos en otros y determinar qué queremos hacer nosotros con lo que vemos, cuál es nuestra necesidad real y nuestro objetivo, qué tenemos en nosotros que nos permite alcanzar algo que anhelamos y de qué carecemos para poder lograrlo, reemplazar la creencia de ser inferiores con el foco a nuestras capacidades.
El otro no tiene la culpa de ser como es ni de tener lo que tiene, ni puede ser destinatario de nuestra ira y frustración. El centro siempre debes ser uno mismo y, evidentemente, es crucial aceptar la realidad y el hecho que no todo lo que creemos desear es lo que realmente necesitamos en la vida.
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