Recuerdo cuando era muy pequeño y, por primera vez, me encontré con una persona ciega. Mi padre me explicó que los ciegos, al carecer del sentido de la vista, desarrollaban todos los demás sentidos. Recuerdo preguntarme, siendo muy pequeño entonces, ¿por qué esperar a quedarse ciego para desarrollar los demás sentidos?
Hace unos años asistí a un curso de coaching impartido por Joseph O’Connor y organizado por PNL Madrid. En un evento posterior en aquellos mismos días tuve la oportunidad de conocer a un chico ciego que había hecho el Practitioner de PNL. Con la curiosidad en la mano, empecé a hacerle preguntas sobre cómo percibía el mundo.
Lo primero que me sorprendió fue que me contó que sí que veía imágenes. Hacía imágenes internas sobre lo que ocurría a su alrededor, y aunque estas imágenes eran muy diferentes a lo que tú y yo podemos ver, le permitían construirse un mundo interno en representaciones visuales. Lo segundo que me sorprendió era lo que podía hacer con sus oídos.
Caminando con él por la calles de Madrid me di cuenta de que podía oír cosas que estaban fuera de mi percepción consciente, y además podía ubicar espacialmente las fuentes de esos sonidos con una precisión verdaderamente sorprendente. Algo más tarde entramos en un bar a tomar algo y le hice algunas preguntas sobre lo que podía saber sobre el local tan sólo escuchando. Se detuvo un momento, abrió los oídos y me describió la forma que tenía el local, dónde era más grande y dónde era más pequeño, por dónde discurría respecto a nuestra posición y cuántas personas había, aproximadamente, allí en ese momento. Acertó en sus descripciones con una precisión que me dejó pasmado.
Como cualquier otra cosa, esta es una habilidad que puede desarrollarse con práctica y dedicación; no hace falta quedarse ciego para ello. Siendo que en gran parte de mi vida me sentí desconectado de todo lo que me rodeaba, resolví desarrollar mis sentidos para conectar mejor con el mundo.
Hace ya un par de años recibí un email de Manu, un chico interesado en la hipnosis y que vivía también en Valencia. Yo había empezado a hacer mis primeras sesiones en la consulta, y pensé que sería una buena idea enseñarle lo que sabía hasta entonces para repasar mis conocimientos y afianzarlos, y también para aprender a enseñar a alguien algo tan abstracto y extraño como la hipnosis. Así, le dije que viniera y empecé a explicarle los fundamentos de la hipnosis ericksoniana. Con el tiempo… ¡hasta me dejó clavarle una aguja en la mano para probar el control del dolor!
Manu estaba muy interesado en las mismas cosas que yo, y un día trajo consigo unos ejercicios para desarrollar los sentidos que había encontrado en el libro “Transformación profunda” de Gabriel Guerrero, libro que recomiendo encarecidamente si te interesan las mismas cosas que a Manu y a mí. Así, empezamos a practicar.
Un ejercicio visual era el siguiente: uno de nosotros se sentaba, observaba detenidamente a su alrededor y cerraba los ojos. Entonces, el otro recorría la habitación y cambiaba algunos objetos de lugar. Cuando había terminado, lo hacía saber. Entonces el primero abría de nuevo los ojos e intentaba averiguar qué era lo que había cambiado en la habitación. Repetíamos el ejercicio varias veces y luego cambiábamos. Al cabo de una docena de veces eran sorprendentes las cosas de las que nos dábamos cuenta.
Recuerdo, mientras releo estas líneas, que cuando regresé de Alemania empecé a salir con una chica. A veces jugaba con ella a ver una foto durante veinte segundos, y después cerrar los ojos y responder preguntas que el otro hacía sobre la imagen. Ella se dedicaba al mundo audiovisual y había desarrollado una memoria fotográfica que me dejaba de piedra. Era capaz de recordar con precisión detalles extremadamente sutiles sobre lo que veía. De la misma manera, caminábamos por la calle y seleccionábamos a una persona que nos íbamos a cruzar. Cuando la habíamos superado, nos hacíamos preguntas sobre esa persona. Qué llevaba puesto, cómo era su pelo, llevaba cinturón o no, qué tipo de calzado llevaba en los pies. Yo perdía casi cada vez, pero aprendía a observar y a fijarme en los detalles.
Un segundo ejercicio visual que hacía con Manu consistía en recortar trozos de papel de diferentes longitudes. Uno se sentaba y el otro comenzaba lo que llamábamos la fase de calibración: iba mostrando uno a uno los diferentes papeles y diciendo cuál era el tamaño de cada uno. Una vez terminada esta fase, guardaba silencio, sacaba uno de los papeles y el otro tenía que saber qué tamaño estaba siendo mostrado. Después de varias iteraciones acertábamos cada una de las veces.
Uno de los ejercicios más interesantes que hicimos fue para desarrollar el oído. Uno tomaba una serie de monedas de diferentes tamaños mientras el otro se sentaba y cerraba los ojos. Comenzaba la frase de calibración: “Este es el sonido de una moneda de céntimo cayendo sobre el suelo”, y dejaba caer la moneda. “Este es el sonido de una moneda de cinco céntimos”, y dejaba caer la moneda. Así con cada uno de los metales de la serie. Después comenzaba la fase de averiguar qué moneda era la que caía al suelo en ausencia de cualquier otra pista salvo por el sonido que hacía al rebotar sobre el piso.
Cuando haces esto, te das cuenta de que tu mente tiende a hacer imágenes a partir del sonido que oyes. No es fácil encontrar la manera de dejar de hacer esto y centrarte únicamente en el sonido puro. Sin embargo, cada moneda hace un sonido distinto al rebotar, y con práctica, puedes saber qué moneda es la que ha sido lanzada. Cuando lo haces veinte veces seguidas empiezas a desarrollar un instinto especial. No sabes cómo lo sabes. No sabrías poner en palabras qué distingue unos sonidos de otros… pero lo sabes.
Cuando hubimos dominado las monedas sueltas, empezamos a combinarlas entre sí. Dos monedas de cinco céntimos y una de un euro. Una moneda de céntimo, una de dos céntimos y una de veinte. Tres monedas de cincuenta. Al principio nos resultaba imposible distinguir siquiera cuántas monedas habían sido dejadas caer simultáneamente. Poco a poco, con la práctica, empezamos a saber cuántas monedas habían caído, y poco después empezamos a distinguir qué metales en particular estaban rebotando sobre el suelo. Es sorprendente lo que puedes lograr cuando pones toda tu atención en algo y perseveras y practicas.
Imagínate a Manu y a mí, en una habitación, dejando caer monedas al suelo durante una hora seguida. Los vecinos del piso de abajo debían de estar encantados. Son cosas raras que hacer, pero para mí fue un soplo de aire fresco encontrar a alguien interesado en mis mismas rarezas.
Las creencias sobre lo que puedes hacer y sobre lo que es posible para ti tienen un papel fundamental en lo que puedes conseguir. Si crees que es imposible, probablemente ni siquiera lo intentes. Si crees que es difícil, estarás añadiendo dificultad a algo ya de por sí dificultoso. No es necesario que creas que ya lo sabes hacer; eso es un delirio que, dependiendo del contexto, puede incluso resultar peligroso. Una creencia no te da una habilidad, y el hecho de creer que sabes hacer algo sin practicar y desarrollar la habilidad puede ser contraproducente. Sin embargo, creer que puedes aprender a hacer algo te allana el camino para centrarte y empezar a practicar, y la práctica pronto comienza a dar sus frutos.
Llevo veinte años tocando la guitarra y cantando. Es algo que me encanta hacer. Cuando empecé, escucharme resultaba doloroso. Mis padres sufrían mis primeros intentos destrozando canciones de los Beatles. Después de algunos comentarios, concluí que jamás aprendería a cantar. Sencillamente no era lo mío, no tenía talento para ello. Hace un año me detuve y reconsideré esa creencia. Cantaba mal, era obvio, pero desde luego podía aprender a cantar. Desde el momento en que me di cuenta de eso y me di permiso para empezar a aprender, comencé a mejorar rápidamente. Ignoro si a otras personas les suena bien, pero ahora a veces me siento y toco y canto y me muero de gusto de oírme, especialmente después de diecinueve años de estar atascado en mi progresión por creer que no podía mejorar.
De la misma manera, durante todo ese tiempo creí que no podía afinar la guitarra de oído. Cada vez que lo intentaba el resultado era abominable, así que concluí que tampoco era lo mío. Ya sabes, no tenía oído. Pero todos tenemos oído. La música es algo natural y las notas musicales están grabadas en tu cerebro, y afinar una guitarra es un proceso sencillo que se basa en un algoritmo muy simple: si suena mal, mueves la clavija. Tienes dos opciones: tensas la cuerda o la aflojas. Si te concentras y practicas, terminas desarrollando estrategias internas para hacer que la cuerda suene como debe, y lo primero que te conviene hacer es apartar todas esas creencias que te estorban. Entonces sólo queda practicar, repetir, practicar y sorprenderte porque ahora puedes hacer cosas que antes eran imposibles.
En todo esto, y en cualquier otra cosa, meditar te ayudará. Meditar te ayuda a estar en silencio interior de manera que lo que entra es lo que procesas. En lugar de distorsionar las señales que recibes externamente permites que llegan a tu interior de la manera más pura posible. Si quieres grabar sonidos con un micrófono, quieres que el ruido del proceso de grabación resulte tan bajo como sea posible de modo que cualquier cosa que hagas después con la señal se base en información sensorial pura. Esto es válido para lo que ves, para lo que oyes, para lo que sientes, para lo que hueles y para lo que sabes. Esto es válido para cualquier sentido que quieras desarrollar.
¿Y qué decir del cinestésico? ¿Qué decir de lo que sientes? Sólo pensar en la cantidad de placer que puedes sentir durante el sexo debería ser suficiente motivación para hacerte practicar y encontrar nuevas distinciones sobre las maneras en que puedes experimentar placer, porque ya sabes que una de mis preguntas favoritas es ¿cuánto placer puedes soportar?
¿Cómo de despacio puedes deslizar un dedo sobre la piel de una mano? ¿Cuál es la presión más sutil que puedes ejercer? ¿Puedes sentir el calor de un cuerpo incluso sin tocarlo? ¿Cómo de rápido puedes moverte? ¿Cómo de despacio puedes hacerlo? ¿Cuántas partes de ti puedes sentir? ¿Qué hay de los músculos? ¿Cuánto puedes disfrutar incluso estando solo?
Desarrolla tus sentidos…. porque puedes y porque es divertido. Cuantas más distinciones puedas hacer, más rico será tu mundo; tanto fuera como dentro de ti.
Lo primero que me sorprendió fue que me contó que sí que veía imágenes. Hacía imágenes internas sobre lo que ocurría a su alrededor, y aunque estas imágenes eran muy diferentes a lo que tú y yo podemos ver, le permitían construirse un mundo interno en representaciones visuales. Lo segundo que me sorprendió era lo que podía hacer con sus oídos.
Caminando con él por la calles de Madrid me di cuenta de que podía oír cosas que estaban fuera de mi percepción consciente, y además podía ubicar espacialmente las fuentes de esos sonidos con una precisión verdaderamente sorprendente. Algo más tarde entramos en un bar a tomar algo y le hice algunas preguntas sobre lo que podía saber sobre el local tan sólo escuchando. Se detuvo un momento, abrió los oídos y me describió la forma que tenía el local, dónde era más grande y dónde era más pequeño, por dónde discurría respecto a nuestra posición y cuántas personas había, aproximadamente, allí en ese momento. Acertó en sus descripciones con una precisión que me dejó pasmado.
Como cualquier otra cosa, esta es una habilidad que puede desarrollarse con práctica y dedicación; no hace falta quedarse ciego para ello. Siendo que en gran parte de mi vida me sentí desconectado de todo lo que me rodeaba, resolví desarrollar mis sentidos para conectar mejor con el mundo.
Hace ya un par de años recibí un email de Manu, un chico interesado en la hipnosis y que vivía también en Valencia. Yo había empezado a hacer mis primeras sesiones en la consulta, y pensé que sería una buena idea enseñarle lo que sabía hasta entonces para repasar mis conocimientos y afianzarlos, y también para aprender a enseñar a alguien algo tan abstracto y extraño como la hipnosis. Así, le dije que viniera y empecé a explicarle los fundamentos de la hipnosis ericksoniana. Con el tiempo… ¡hasta me dejó clavarle una aguja en la mano para probar el control del dolor!
Manu estaba muy interesado en las mismas cosas que yo, y un día trajo consigo unos ejercicios para desarrollar los sentidos que había encontrado en el libro “Transformación profunda” de Gabriel Guerrero, libro que recomiendo encarecidamente si te interesan las mismas cosas que a Manu y a mí. Así, empezamos a practicar.
Un ejercicio visual era el siguiente: uno de nosotros se sentaba, observaba detenidamente a su alrededor y cerraba los ojos. Entonces, el otro recorría la habitación y cambiaba algunos objetos de lugar. Cuando había terminado, lo hacía saber. Entonces el primero abría de nuevo los ojos e intentaba averiguar qué era lo que había cambiado en la habitación. Repetíamos el ejercicio varias veces y luego cambiábamos. Al cabo de una docena de veces eran sorprendentes las cosas de las que nos dábamos cuenta.
Recuerdo, mientras releo estas líneas, que cuando regresé de Alemania empecé a salir con una chica. A veces jugaba con ella a ver una foto durante veinte segundos, y después cerrar los ojos y responder preguntas que el otro hacía sobre la imagen. Ella se dedicaba al mundo audiovisual y había desarrollado una memoria fotográfica que me dejaba de piedra. Era capaz de recordar con precisión detalles extremadamente sutiles sobre lo que veía. De la misma manera, caminábamos por la calle y seleccionábamos a una persona que nos íbamos a cruzar. Cuando la habíamos superado, nos hacíamos preguntas sobre esa persona. Qué llevaba puesto, cómo era su pelo, llevaba cinturón o no, qué tipo de calzado llevaba en los pies. Yo perdía casi cada vez, pero aprendía a observar y a fijarme en los detalles.
Un segundo ejercicio visual que hacía con Manu consistía en recortar trozos de papel de diferentes longitudes. Uno se sentaba y el otro comenzaba lo que llamábamos la fase de calibración: iba mostrando uno a uno los diferentes papeles y diciendo cuál era el tamaño de cada uno. Una vez terminada esta fase, guardaba silencio, sacaba uno de los papeles y el otro tenía que saber qué tamaño estaba siendo mostrado. Después de varias iteraciones acertábamos cada una de las veces.
Uno de los ejercicios más interesantes que hicimos fue para desarrollar el oído. Uno tomaba una serie de monedas de diferentes tamaños mientras el otro se sentaba y cerraba los ojos. Comenzaba la frase de calibración: “Este es el sonido de una moneda de céntimo cayendo sobre el suelo”, y dejaba caer la moneda. “Este es el sonido de una moneda de cinco céntimos”, y dejaba caer la moneda. Así con cada uno de los metales de la serie. Después comenzaba la fase de averiguar qué moneda era la que caía al suelo en ausencia de cualquier otra pista salvo por el sonido que hacía al rebotar sobre el piso.
Cuando haces esto, te das cuenta de que tu mente tiende a hacer imágenes a partir del sonido que oyes. No es fácil encontrar la manera de dejar de hacer esto y centrarte únicamente en el sonido puro. Sin embargo, cada moneda hace un sonido distinto al rebotar, y con práctica, puedes saber qué moneda es la que ha sido lanzada. Cuando lo haces veinte veces seguidas empiezas a desarrollar un instinto especial. No sabes cómo lo sabes. No sabrías poner en palabras qué distingue unos sonidos de otros… pero lo sabes.
Cuando hubimos dominado las monedas sueltas, empezamos a combinarlas entre sí. Dos monedas de cinco céntimos y una de un euro. Una moneda de céntimo, una de dos céntimos y una de veinte. Tres monedas de cincuenta. Al principio nos resultaba imposible distinguir siquiera cuántas monedas habían sido dejadas caer simultáneamente. Poco a poco, con la práctica, empezamos a saber cuántas monedas habían caído, y poco después empezamos a distinguir qué metales en particular estaban rebotando sobre el suelo. Es sorprendente lo que puedes lograr cuando pones toda tu atención en algo y perseveras y practicas.
Imagínate a Manu y a mí, en una habitación, dejando caer monedas al suelo durante una hora seguida. Los vecinos del piso de abajo debían de estar encantados. Son cosas raras que hacer, pero para mí fue un soplo de aire fresco encontrar a alguien interesado en mis mismas rarezas.
Las creencias sobre lo que puedes hacer y sobre lo que es posible para ti tienen un papel fundamental en lo que puedes conseguir. Si crees que es imposible, probablemente ni siquiera lo intentes. Si crees que es difícil, estarás añadiendo dificultad a algo ya de por sí dificultoso. No es necesario que creas que ya lo sabes hacer; eso es un delirio que, dependiendo del contexto, puede incluso resultar peligroso. Una creencia no te da una habilidad, y el hecho de creer que sabes hacer algo sin practicar y desarrollar la habilidad puede ser contraproducente. Sin embargo, creer que puedes aprender a hacer algo te allana el camino para centrarte y empezar a practicar, y la práctica pronto comienza a dar sus frutos.
Llevo veinte años tocando la guitarra y cantando. Es algo que me encanta hacer. Cuando empecé, escucharme resultaba doloroso. Mis padres sufrían mis primeros intentos destrozando canciones de los Beatles. Después de algunos comentarios, concluí que jamás aprendería a cantar. Sencillamente no era lo mío, no tenía talento para ello. Hace un año me detuve y reconsideré esa creencia. Cantaba mal, era obvio, pero desde luego podía aprender a cantar. Desde el momento en que me di cuenta de eso y me di permiso para empezar a aprender, comencé a mejorar rápidamente. Ignoro si a otras personas les suena bien, pero ahora a veces me siento y toco y canto y me muero de gusto de oírme, especialmente después de diecinueve años de estar atascado en mi progresión por creer que no podía mejorar.
De la misma manera, durante todo ese tiempo creí que no podía afinar la guitarra de oído. Cada vez que lo intentaba el resultado era abominable, así que concluí que tampoco era lo mío. Ya sabes, no tenía oído. Pero todos tenemos oído. La música es algo natural y las notas musicales están grabadas en tu cerebro, y afinar una guitarra es un proceso sencillo que se basa en un algoritmo muy simple: si suena mal, mueves la clavija. Tienes dos opciones: tensas la cuerda o la aflojas. Si te concentras y practicas, terminas desarrollando estrategias internas para hacer que la cuerda suene como debe, y lo primero que te conviene hacer es apartar todas esas creencias que te estorban. Entonces sólo queda practicar, repetir, practicar y sorprenderte porque ahora puedes hacer cosas que antes eran imposibles.
En todo esto, y en cualquier otra cosa, meditar te ayudará. Meditar te ayuda a estar en silencio interior de manera que lo que entra es lo que procesas. En lugar de distorsionar las señales que recibes externamente permites que llegan a tu interior de la manera más pura posible. Si quieres grabar sonidos con un micrófono, quieres que el ruido del proceso de grabación resulte tan bajo como sea posible de modo que cualquier cosa que hagas después con la señal se base en información sensorial pura. Esto es válido para lo que ves, para lo que oyes, para lo que sientes, para lo que hueles y para lo que sabes. Esto es válido para cualquier sentido que quieras desarrollar.
¿Y qué decir del cinestésico? ¿Qué decir de lo que sientes? Sólo pensar en la cantidad de placer que puedes sentir durante el sexo debería ser suficiente motivación para hacerte practicar y encontrar nuevas distinciones sobre las maneras en que puedes experimentar placer, porque ya sabes que una de mis preguntas favoritas es ¿cuánto placer puedes soportar?
¿Cómo de despacio puedes deslizar un dedo sobre la piel de una mano? ¿Cuál es la presión más sutil que puedes ejercer? ¿Puedes sentir el calor de un cuerpo incluso sin tocarlo? ¿Cómo de rápido puedes moverte? ¿Cómo de despacio puedes hacerlo? ¿Cuántas partes de ti puedes sentir? ¿Qué hay de los músculos? ¿Cuánto puedes disfrutar incluso estando solo?
Desarrolla tus sentidos…. porque puedes y porque es divertido. Cuantas más distinciones puedas hacer, más rico será tu mundo; tanto fuera como dentro de ti.
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