Quería desarrollar mis habilidades para hablar en público. Era algo que siempre me había atraído. Hablar en público, ese era un reto grande. Probablemente uno de los miedos más humanos y, por tanto, más extendidos. Podría hacerlo como parte de un proceso de desarrollo personal. Eso me ayudaría a quitarme algunos miedos.
Cuando era pequeñito era un niño muy tímido. Cuando venían desconocidos a casa, yo me escondía. Más adelante, mis padres hicieron obras y yo tenía que hacer malabares para pasar desapercibido a los obreros que por allí rondaban. Ir al colegio cada día y sentirme observado y juzgado me hacía sentir vergüenza. En general, la timidez y la introversión habían sido dos rasgos que me habían acompañado desde que podía recordar.
Con todo eso, en la universidad, en el último curso, tuve que enfrentarme a diferentes momentos en los que tuve que hablar frente un grupo de personas presentando los resultados de algún trabajo. Con la primera de estas ocasiones, descubrí que era algo que, aunque me hacía atravesar el miedo en uno de sus estados más puros, también era algo que me hacía sentir una emoción muy intensa.
Para una de las últimas asignaturas de la carrera estuve trabajando en un grupo con compañeros y compañeras. Debíamos resolver problemas por métodos numéricos. Por ejemplo, una empresa debe repartir leche entre las diferentes ciudades situadas en un área. Dadas las distancias y el conjunto de características del problema en particular, ¿cuál es la ruta óptima que debe seguir el camión de reparto para minimizar los costes? Eran problemas complejos, y debíamos armar pacientemente un sistema enorme de ecuaciones lineales y luego meterlo en una matriz para poder manejarlo. Los ingenieros sabemos hacer este tipo de cosas.
En cualquier caso, después, debíamos reunir los resultados en un trabajo y hacer una presentación de los resultados frente al resto de grupos de la misma clase. Esto nos servía para aprender otras maneras de abordar el mismo problema y también para practicar el noble arte de presentar ideas ante un público.
Ahora, el profesor de la asignatura, para asegurar que cada vez saliera una persona diferente a hacer la presentación, había diseñado un sistema aleatorio: tiraría un dado y haría la presentación la persona que estuviera listada en la portada del trabajo en el lugar del conteo del dado. Por ejemplo, si salía un tres, la tercera persona listada como autora estaría a cargo de hacer la exposición.
La suerte quiso que fuera yo el encargado de hacer la primera. Estaba nerviosísimo. Me sudaban profusamente los alerones. Me temblaba la voz. Miraba a la gente en la sala y notaba la presión de todos aquellos ojos sobre mí. Aún así, echándole valor al asunto, empezaba la función e iba a través de cada uno de los diferentes puntos como podía. Lo único que tenía que hacer era conservar el hilo.
Cuando llegó la segunda exposición, hice un sondeo entre mis compañeros y resultó que nadie quería hacerla. Yo sí que quería, así que ingeniamos un segundo sistema suplementario que adosamos al que había ideado el profesor: imprimiríamos cinco portadas diferentes y en cada una de estas portadas cambiaríamos el orden de los nombres. Cuando el profesor tirara el dado, daríamos el cambiazo a la portada correspondiente para que fuera yo quien presentara el trabajo.
Este sistema funcionó, y lo hizo tan bien que suspendimos su uso en la cuarta exposición para evitar que el profesor sospechara ante mi prolongada racha de suerte. Incluso así, cuando hubo terminado el curso, había tenido cuatro oportunidades para hablar ante un público. Definitivamente era algo que me atraía. Podía obligarme a atravesar ese miedo e incluso lo hacía bien.
En los años que estuve en Alemania, carecí de oportunidades para ejercer este incipiente arte. Así, cuando estuve aclimatado de vuelta en España, volví a interesarme por el asunto.
Investigando en Internet encontré Toastmasters, una organización internacional que se dedica a promover el hablar en público mediante pequeñas asociaciones locales. La ventaja, que había una Valencia. La desventaja, que el hablar en público era en inglés.
Me dio igual. Si acaso aumentaría el reto, lo que lo haría más atractivo. Llevaba media vida hablando inglés y los últimos años en alemán. Pan comido. Sería divertido.
Empecé a ir a las reuniones. Había personas norteamericanas, alemanas, polacas, inglesas… Hasta había españoles. Se reunían en una sala de la universidad y se daban la oportunidad de hablar ante un público.
Había un orden estricto en cuanto al formato de la sesión, y al final de cada una de las intervenciones había un momento para que el público escribiera sus críticas constructivas sobre lo que acababa de presenciar y se las hiciera llegar a la persona que acababa de intervenir.
A lo largo del año, tuve la oportunidad de hablar ante estas personas una decena de veces. Cada una de las intervenciones estaba programada para que trabajara, de manera progresiva, un elemento diferente de la oratoria: la presentación, el lenguaje no verbal, el tono de la voz, la estructura del discurso, el humor, etc. Eso me permitía enfocarme en cada una de estas cosas cada vez y practicarlas por separado. Más tarde, con el paso de las sesiones, cada una de estas cosas fueron encajando entre sí.
Hablar en público es una habilidad. Algunas personas creen que las habilidades se tienen. Yo creo que las habilidades se crean. Son patrones que generamos, que practicamos y que automatizamos y pulimos hasta hacer que resulten naturales. Puedes aprender a programar o puedes aprender a tocar el violín como Mozart. Mientras vivas, puedes aprender cualquier cosa.
Si quieres aprender a hablar en público, empieza. Si practicas, mejorarás. Si practicas mucho más, lo sentirás como algo natural.
Una parte muy grande de lo que detiene a las personas a la hora de hablar en público es el miedo. Es un miedo natural. Está en todas las personas en mayor o en menor medida. Exponerte a ese miedo repetidamente funcionará. Te desensibilizarás progresivamente o, de otra manera, lo integrarás y le darás un uso práctico. De cualquier modo, como para cualquier otra cosa en la vida, recuerda disfrutar.
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