Me pregunta un amable lector si podría escribir acerca de la adicción al sufrimiento. Como es algo acerca de lo que sé, creo que puedo hacer algo útil y llevarlo en la dirección de cómo superar la adicción al sufrimiento añadiendo todavía más valor.
Pondré algunas dosis de humor en esto, pues creo que el humor es la puerta por excelencia para atravesar las cosas más desagradables de la vida haciendo que valgan la pena.
Pero primero, vamos con algunas definiciones. Usaremos un poco de PNL para abrirnos paso por esto.
En la adicción al sufrimiento encontramos dos presuposiciones: hay algo que denominamos sufrimiento y hay algo que llamamos adicción. Estas dos cosas tienen que estar, necesariamente, presentes para que podamos hablar de adicción al sufrimiento. También tiene que haber, necesariamente, alguien que sufre.
Hagamos todavía un:
> unzip adicción_al_sufrimiento.zip
El español, como el inglés, el francés, el alemán o la mayor parte de las lenguas que conocemos, utilizan sustantivos en sus construcciones gramaticales. Esto supone que estamos, internamente, convirtiendo en entidades (sustantivos) lo que de otra manera son procesos fluidos. Hasta las personas fluyen y cambian a lo largo de sus vidas. Podemos devolver las propiedades fluidas a estos procesos convirtiéndolos en verbos, como propone el Meta-Modelo del Lenguaje de la PNL. Así, podemos considerar el proceso de hacerse (hasta estar) adicto a sufrir. Esto es válido para hombres, mujeres, fontaneros, taxistas, electricistas, atletas, secretarias, ingenieros, camioneros, políticos y seres humanos en general. De hecho, en la cultura católica, el sufrimiento es un valor importante. Quien más sufre, más santo se hace. Esa es una extraña manera de promocionar a las personas dentro de una organización.
Pero, ¿cómo hace alguien para sufrir hasta estar adicto a ello? Puedes encontrar algunas maneras diferentes. La creatividad humana carece de límites.
En los últimos años he estado meditando, sentándome cada día unos minutos, con los ojos abiertos o cerrados, como una práctica cotidiana para conocerme mejor, aquietar mi mente y enriquecer un estado de bienestar que, con el tiempo, puedo notar que se está solidificando. Además es un proceso que puedo dirigir, pues sólo depende de mí. Durante el último año, he estado sentándome cada día sobre el suelo con las piernas cruzadas. Eso me ha permitido darme cuenta de una cosa muy sencilla: cómo me sienta en los próximos diez segundos dependerá de lo que haga con mi mente a continuación.
Cuando este lector me sugirió este tema para una nueva columna, lo primero que pensé fue: “Hmmmm, interesante…”. Lo segundo fue “Tendría que recordar cómo hacía para sufrir”. Lo tercero fue: “¿Cómo lo hacía?”. Me sorprendió muy agradablemente darme cuenta de que, en algún momento de los últimos años, había aprendido algo mejor que vivir sufriendo.
Las fuentes del sufrimiento
“El dolor es necesario; el sufrimiento es una elección”
—Buda
Cuando hace algunos años leía citas como esta, podía intuir la sabiduría que había tras ellas. Aún así, me llevó un tiempo y mucha práctica comprender cómo esto podía tener un sentido para mí. Te lo mostraré a continuación.
Divide tu mente en tres. Una parte es la parte biológica, la cual se encarga de todas esas “cositas” de la biología: respirar, comer, beber, digerir, mear, cagar, dormir, sexo, espacio, territorio, etc. Es como la BIOS de un ordenador: determina las respuestas básicas del sistema ante los impulsos del entorno.
Otra es la parte inconsciente, que opera encima de este nivel gestionando procesos inconscientes, como ajustar el ritmo del corazón ante el esfuerzo, accionar secuencialmente tus músculos para que puedas estar erguido de pie de una manera equilibrada o gestionar el vasto repositorio de todas las cosas que ya has aprendido, como caminar, atarte los cordones, cepillarte los dientes o leer.
Todavía una tercera parte es la mente consciente.
“La mente consciente quiere consuelo; la mente inconsciente quiere maneras efectivas de hacer las cosas.”
—Richard Bandler, co-creador de la PNL.
No sabemos dónde estamos. No sabemos qué hacemos en este planeta. No sabemos de dónde venimos ni adónde vamos. Nadie lo sabe. Somos seres vivos de la especie humana sobre la superficie de un planeta que gira sobre sí mismo, entorno a una estrella y en torno a quién sabe qué más. No es fácil ser humano. No es fácil llevar la atención hacia el interior y enfrentarse a las preguntas más profundas y para las que nadie tiene respuesta. Incluso así, puedes llegar a buenos términos con todo eso. Aceptar ayuda.
Aceptando que es gerundio y es un proceso
Nacemos. Moriremos. Vivimos una vida finita. Mi madre se encargó de recordármelo de una manera práctica hace unos años.
No sabemos. Todavía peor: no sabemos que no sabemos. Ignoramos. Ignoramos que ignoramos. Todavía sucede. Cuenta con ello.
Aprendiendo PNL descubrí que los seres humanos nos movemos a través del cambio a través de una dinámica. Esta dinámica está, en este momento de la evolución humana, compuesta por las siguientes fases:
- Negación: Nos negamos a admitir que lo que está sucediendo realmente está sucediendo.
- Rebeldía: Experimentamos un impulso rebelde, del tipo infantil o adolescente, porque la realidad ha dejado de ajustarse a nuestras necesidades y deseos.
- Negociación: Establecemos una negociación con nosotros mismos y con el entorno para reducir los daños y sentirnos lo menos perjudicados posible por el suceso.
- Depresión: Entramos en un estado de tristeza, o de duelo, de duración variable.
- Aceptación: Por fin, aceptamos los hechos.
Este proceso se repite para cada una de las cosas que negamos de nosotros mismos o del mundo en el que vivimos. Con práctica, puedes reorganizar este proceso haciéndolo más directo, por ejemplo aprendiendo a tomar consciencia de la negación y aprendiendo a evolucionar hasta la aceptación de la manera más fluida, agradable y eficiente posible. Puedes, con práctica y habilidad, sustituir la rebeldía por la apreciación de la negación, que te permite aceptar lo que sea sintiendo el agradecimiento por el sufrimiento que estás aprendiendo a ahorrarte. Esto funciona. Esto hace la vida más dinámica y fluida. Esto hace también, en cierto modo, que la vida pase a ser algo diferente de lo que creías. Puedes aceptar esto también. Disfruta del proceso de vivir. El cambio es la constante del Universo.
Las formas del sufrimiento
Encuentro que el sufrimiento puede tomar al menos tres formas diferentes: mental, física y espiritual. Se trata de la misma causa manifestándose en los diferentes planos de la existencia.
Piensa en diferentes formas de sufrir. Puedes reducirlo a esto: lo que está ocurriendo ahora es diferente de lo que quisieras que estuviera ocurriendo ahora. Básicamente, todo se reduce a eso.
Tal vez no tienes suficiente dinero. Tal vez algunas personas no se comportan como tú quieres. Tal vez te duele la espalda o hace mal tiempo. Quejarte acerca de todo ello en lugar de hacer algo hace que, además de verse mal, suene mal. Eso hace que se sienta peor. Tal vez la culpa sea del gobierno, de tu marido, de tu mujer, de tu jefe, de las multinacionales o de los extraterrestres: cada minuto que pasas quejándote en lugar de haciendo algo al respecto es un minuto más que pasas sufriendo. Puedes aprender a hacer mejor que eso.
Si necesitas consuelo, puedes dártelo tú. Si necesitas que alguien te diga que te quiere, empieza por decírtelo tú. Si necesitas que alguien cambie para tú estar bien, cambia tu primero. No sólo estarás reduciendo tu sufrimiento, sino que estarás adoptando el hábito de sufrir menos moviéndote hacia el bienestar. Puedes aprender a sentirte bien o todavía mejor de manera cotidiana. Educa tu inconsciente.
Ahora, en un plano físico, con los seres humanos sucede lo mismo que con las piezas en Ingeniería: algunos puntos actúan como concentradores de tensión. Se llaman así porque son lugares en los que, por construcción, se concentran las tensiones durante el servicio de la pieza. Si tomas la estructura de un ser humano y la reduces a lo esencial, encontrás un eje largo en vertical y un segundo eje que se cruza con el primero a la altura de los hombros.
En cualquier disciplina espiritual se trabaja la compasión. Todos somos humanos. Todos estamos en el interior de un campo gravitatorio. La materia pesa. Una cabeza pesa unos tres kilos y medio. Un brazo pesa unos dos kilos. Me pregunto cúanto pesa solamente todo lo que va por encima de las caderas. Ser humano exige esfuerzos, por ejemplo, sostener la cabeza en equilibrio sobre el cuello. Además de eso están los golpes, las enfermedades, la muerte y todas esas demás cositas propias del vivir una vida humana. Ciertamente puede ser muy jodido ser humano.
Practicas la compasión cuando practicas percibir en otros seres humanos el dolor y el sufrimiento asociados a la condición humana. Todos tenemos un corazón. Todos respiramos. Todos pesamos. En cierto modo, todos cargamos con nuestra cruz porque todos tenemos hombros. Las tensiones estructurales se concentran en el punto en el que las dos aspas de la cruz se encuentran. Todo el dolor, todo el sufrimiento, se acumula ahí de una y otra manera a medida que vivimos. Si te das cuenta puedes construir una religión en torno a eso y fundar la multinacional más antigua del planeta: la iglesia católica.
Yo prefiero pensar por mí mismo y encontrar mis propias respuestas a las preguntas profundas de la vida, y es por eso que prefiero las prácticas laicas, como la meditación.
Cuando meditas, aprendes a gestionar esa cruz. Más allá del misticismo, más allá de lo exótico, más allá incluso de lo sorprendente: ¿Qué crees que haces cada día al sentarte un momento y detenerte? Aprendes a sentarte, aprendes a sentirte, aprendes a erguir y equilibrar tu espalda y tu cabeza y aprendes a gestionar el sufrimiento inherente a ser humano.
Con el tiempo y la práctica, aprendes a convertir ese dolor en bienestar. El sufrimiento se reduce. El bienestar aumenta. El cerebro flota cómodamente en el interior del cráneo, que se yergue fácilmente en equilibrio sobre más de tres decenas de vértebras.
En el proceso, aprendes a calmar tu mente. Cuando tu mente está en calma, puedes influir en ella útilmente. Encuentras espacios en los que puedes hablarte de maneras más suaves, más agradables, más humanas. Aprendes a tratarte como tratarías a cualquier otro ser humano, con, como mínimo, un cierto agrado y una cierta apreciación por su presencia. Cuando añades la comprensión de ser humano, entonces puedes comunicarte como pocas personas pueden.
Encuentras un cierto placer en el sonido de tu voz internamente. Poco a poco, consigues transformar tus voces internas en agradables, placenteras y útiles. Pensar se hace más agradable. Con el tiempo y la práctica aprendes acerca de qué pensar y aprendes a gestionar tu atención de manera que puedes mantenerla cómodamente en tus propios pensamientos, verdaderamente disfrutando del proceso de pensar. Eso reduce el sufrimiento de tener que oírte quejándote continuamente con voces lastimosas en el interior de tu cabeza que suenan como un rechinar de dientes.
Haciendo esto, aprendes acerca de la voluntad y del enorme placer de manifestarla. Aprendes a hacer las cosas por el placer de llevarlas a cabo. Con gratitud y aprecio, tu espíritu vibra libre en el interior de tu ser, y vivir se convierte en un privilegio, un placer y una oportunidad para apreciar, agradecer y enriquecer. Una fabulosa oportunidad para participar en el desarrollo de todo.
Adicción al sufrimiento
Antes de pensar en la adicción al sufrimiento, antes incluso de pensar en una adicción cualquiera, pregúntate…”¿Para qué?”. Pon un fin al sufrimiento.
Con una respuesta funcional a eso, puedes preguntarte:”¿Cómo lo hago?”. Las adicciones son como el fútbol, la política o la religión; muchas personas tienen ideas muy emocionales al respecto. A más emoción, menos información. Detente antes de la adicción explorando el proceso de sufrir, aunque solamente sea porque resulta más útil. Interésate por la estructura del proceso de sufrir.
Comienza preguntando “¿Cómo sabes que es el momento de sufrir?”. Eso incluye el tiempo en el proceso.
Para mí era, especialmente, cuando me sentía mal en la tripa. Encontré que me sentía mal a menudo por comer demasiado de algunas cosas que me gustaban mucho, como los cereales del desayuno. Podía comer hasta tres o cuatro platos hondos con más de medio litro de leche en un desayuno. Después me sentiría muy mal durante algunas horas. Durante ese tiempo, todo era una mierda. No es fácil divertirse cuando sientes que vas a vomitar con cada cosa que hagas. Angustia, náuseas, mareos. Eso arruina la experiencia de vivir.
Para ti puede ser algo equivalente, o puede ser cuando conoces a alguien, o cuando te relacionas con muchas personas, o cuando estás en casa y te tomas unas horas para pensar en algunas cosas que te hacen sentir verdaderamente mal, o tal vez cuando alguien te deja o incluso cuando dejas a alguien. Puedes sentirme mal acerca de una infinitud de cosas diferentes. Ahora… ¿para qué?
Es tiempo que podrías estar aprovechando para sentirte bien o mejor y enriquecer esas sensaciones, para disfrutar de ti y de la gloria de respirar y sentir, o simplemente para relajarte y pensar en el agradecimiento que puedes notar por haber tenido la oportunidad de vivir algunas experiencias en tu pasado. ¿Para qué sufrir? Podemos hacerlo mejor que eso. Podemos incluso acostumbrarnos a hacerlo mejor.
MÁS ALLÁ DEL SUFRIMIENTO
Si le pides a un psicólogo que piense en alguna experiencia de su pasado, irá y encontrará un trauma. Nosotros vamos a por el placer, el disfrute, el gozo, el éxtasis y esas cosas. Puedes incluso elegir la manera en que recuerdas las cosas en tu mente y el placer que conseguirás a cambio del aprendizaje. Puedes incluso hacer que valga la pena.
Un bodhisattva es, de acuerdo con las disciplinas orientales, una persona espiritualmente avanzada. Tras años de trabajo interno, ha conseguido reorganizar su cerebro de manera que prácticamente cualquier proceso de pensamiento termina en una sonrisa, en una sensación placentera, en un recuerdo gozoso, en una sonora carcajada o en una profunda sensación de apreciación y agradecimiento por vivir. Una mente así es una mente en la que da gusto pensar. Puedes comenzar a construirte una mente así para ti. Eso te lleva a disfrutar del proceso de vivir y aprender y disfrutar. Puedes añadirle gozo a tu propio ritmo y velocidad.
Cuando regresé de Alemania, sufría porque no sabía qué hacer a continuación. Después sufría porque no sabía si había hecho bien. Después sufría porque estaba solo. Después sufría porque no tenía suficientes clientes. Después sufría porque no estaba ganando suficiente dinero…
A partir de cierto punto me di cuenta de que, de una manera o de otra, siempre encontraría razones para sufrir. A partir de ahí, decidí hacer algo así como rendirme. Rendirme al Ahora.
RENDICIÓN
No sé lo que pasará mañana. No sé si seguiré vivo. No sé si se caerá el avión en el que viaje, si descarrilará el tren o si un coche se saltará un semáforo y me embestirá en un trayecto. No sé si ganaré suficiente dinero. No sé si este artículo tendrá éxito. No sé si mis técnicas funcionarán cuando trabaje con clientes y con mis otros clientes. En cierto modo, me da igual. Si no es una cosa, entonces es otra. Después de un cierto tiempo jugando a esto, me di cuenta de que tenía la oportunidad de llevar mi vida al siguiente nivel.
Reseteé de nuevo. Me pregunte, una vez más, qué era lo que más apreciaba. Qué era lo que más valoraba en mi vida. Qué era verdaderamente importante para mí. Más allá de lo que apreciaran otras personas, más allá de lo que valoraran… Qué era para mí lo verdaderamente importante de estar vivo. ¿Qué es lo que aprecio de vivir?
Nota que son algunas cosas sencillas. El placer de ver una bella fuente. El placer de una escritura agradable. El placer de sentir mis pies sobre el suelo. El gozo de poder ver. El gozo de oír. El gozo de sentir. He pasado por este proceso varias veces, así que cada vez aprecio cosas más sencillas, más inmediatas y más disponibles. ¿Cuánto más placer puedo experimentar?
A partir de las respuestas que me di, comencé el proceso de construirme una rutina. Lo hice un día cada vez. Empecé por el primero. Si hoy fuera un día agradable/maravilloso/glorioso (para ajustar) para mí, ¿cómo sería? ¿Qué disfrutaría hacer? ¿Qué es lo que me daría más placer? ¿Qué comería? ¿Cómo me organizaría? ¿Qué haría a lo largo de ese día?
De verdad que fui escogiendo cosas sencillas: el placer de escribir un artículo, el disfrute de dibujar, el placer de conducir, el disfrute de aprender a cocinar, el gozo de prepararme un plato exactamente a mi gusto.
Revisé mis objetivos. ¿Hacia adónde quería ir? ¿Cuáles eran las direcciones en las que sentía que quería expandirme? ¿Qué me resultaba atractivo en el mundo? ¿Qué me motivaba tanto que sentía que tiraba de mí? Fui encontrando una dirección en la que evolucionar.
Pensé en mi entorno, en cómo podía encajar una rutina compuesta de cosas que podía gozar dentro de las posibilidades y limitaciones de mi entorno. A partir de ahí, construí esa rutina. Lo hice un día cada vez, ajustando. Probando, aprendiendo, revisando, mejorando, enriqueciendo.
Encontré más cosas sencillas. El placer de trabajar con clientes, de escribir un artículo como este, el gozo de una ducha de agua caliente, el enorme placer de una sesión de Yoga, la diversión de jugar al ordenardor, el gozo de disfrutar de la compañía de mis seres queridos. En fin, algunas cosillas agradablemente humanas, muy disponibles para mí y que me permitían ensamblar una rutina diaria que me causaba gozo vivir. A partir de ahí, enriquecí, adapté y ajusté.
Desde entonces, elijo concentrarme en el disfrute de lo que estoy haciendo, en el agradecimiento por la cama en la que dormí calentito esta noche, en el gusto con el que me alivié en la primera meada matutina, en el placer de la sesión de Yoga que hice a continuación y en cuánto pude disfrutar de mi cuerpo, en el gozo de mis cereales del desayuno (¡con el disfrute de la moderación!), en el éxtasis de la ducha caliente que me he dado después y en el disfrute de la escritura de este artículo ahora. Pronto disfrutaré de hacer un dibujo para añadir todavía más valor, más disfrute y más corazón en todo esto, y aprovecho para darme las gracias por la manera en que me cuido y sé que, aunque muriera hoy, mi vida ya hubiera sido un regalo enormemente satisfactorio por el que puedo sentirme profundamente agradecido. Esa es una manera muy agradable de vivir y también muy asequible. Lo más costoso es detenerse, estudiarlo, agradecerlo, apreciarlo, descomponerlo en los elementos esenciales y volver a ensamblarlo de una manera útil, positiva y beneficiosa. Afortundamente, ya lo he hecho yo por ti.
Sólo te queda disfrutarlo.