Marta ha roto con su pareja hace cinco meses. Llevaban siete años juntos, fue ella la que tomó la decisión de romper la relación a raíz de una infidelidad de él. Al principio se sentía enfadada y decepcionada con su ex pareja, pero desde que se mudó del piso y vive sola se siente particularmente triste y angustiada ante la necesidad de reconstruir su vida. Aún sufre ataques de llanto ocasionales y aunque sigue yendo a trabajar con frecuencia siente que le cuesta estar a la altura de su ritmo habitual de vida: le cuesta dormir, se levanta cansada y se despista a menudo en el trabajo. Un día, Marta decide consultar con su médico de cabecera por un dolor de cabeza persistente. Cuando este le pregunta si existe algún factor de estrés actual en su vida, ella no puede evitar que se le escapen algunas lágrimas y le cuenta por lo que está pasando. Su médico no puede perder mucho tiempo hablando con ella pero le dice que le parece que está un poco deprimida y le extiende una receta de antidepresivos que afirma que la ayudarán a salir del paso.
La vida es dolorosa casi en la misma proporción en que es alegre o hermosa. Las pérdidas, los duelos, las frustraciones hacen que sintamos dolor y nos pongamos tristes. Sentir tristeza es una consecuencia natural del hecho de estar vivos. Hasta aquí parece que estoy contando una obviedad, pero en la práctica cotidiana de muchos médicos y para muchos de sus pacientes eso no está tan claro.
Sentir tristeza forma parte de la vida, pero también es uno de los principales síntomas de depresión. Hay cosas que no ayudan a que en la práctica se distinga con facilidad un sentimiento normal de tristeza de una depresión: Por un lado, vivimos en una sociedad fóbica al dolor y encadenada a una imagen idealizada del triunfo, no queremos estar tristes porque otorgamos connotaciones negativas a la tristeza asociándola con el fracaso y la debilidad. Esta fobia actual al dolor encaja con la mercantilización de la salud mental. Los fármacos antidepresivos encuentran así un nicho de mercado claro. Por otro, los términos psicológicos y psiquiátricos han adquirido tal nivel de popularidad que la sociedad los ha adoptado muchas veces atribuyéndoles un significado incorrecto: ya no estamos tristes, ahora estamos deprimidos.
¿Cuáles son los riesgos de confundir depresión y tristeza? Cuando un clínico (uso esta palabra para referirme a la vez a psiquiatras y a psicólogos) le dice a alguien que está deprimido, lo está diagnosticando. Los diagnósticos son inicialmente más cómodos tanto para el clínico como para el paciente. El clínico cree que sabe lo que le pasa a la persona que tiene enfrente y la persona que ha venido buscando una explicación cree que por fin sabe que le ocurre. El riesgo es que los diagnósticos desresponsabilizan al paciente. Ya no se trata de su vida y su dolor, sino de algo que le ha sobrevenido. Una desgracia ajena a sí mismo, como un defecto congénito que no puede tratarse sino con medicación. ¿Significa eso que no crea en los diagnósticos en ningún caso? No, lo explico mejor en este post (vínculo)
¿Cómo puedo diferenciar entonces una depresión de un episodio de tristeza? Desgraciadamente todos los criterios son relativos. Frecuentemente para diagnosticar una depresión, los clínicos se guían por la duración de la alteración del estado de ánimo y miran si incluye otros síntomas como alteraciones del sueño o de la ingesta, falta de deseo de hacer cosas, falta de energía, sentimientos de culpa o ideas de suicidio, entre otros. En casos de duelo o de crisis vitales eso no es definitorio, pero es necesario para que los profesionales podamos argumentar un diagnóstico en base a razones objetivas.
La presencia o no de una causa cercana como una separación o un duelo sería de hecho otro argumento que inclinaría la balanza del lado de la tristeza. Habitualmente, no existen causas claras y cercanas para la depresión. No obstante, una persona podría deprimirse como consecuencia de un duelo complicado por una pérdida o por una separación (enlace a post), en este caso muchas veces la evitación inconsciente de los sentimientos dolorosos en un primer momento termina en una cronificación de la tristeza.
¿Marta está deprimida? Según como interpretemos los criterios del manual de diagnóstico sí lo está. Según mi criterio, no lo creo. Creo que Marta se encuentra en un territorio sombrío, en un momento de la vida en que sin tratarse de una enfermedad mental, el dolor por su separación puede llegar a ser extremo. En el caso que comento no creo que esté indicada la prescripción de medicación, sin embargo sí creo que podría beneficiarse de un acompañamiento terapéutico que la ayudaría a transitar el dolor por la separación y rehacer su vida. Presumiblemente la medicación ayudaría a Marta a aminorar algunos de sus síntomas: insomnio, llanto, fatiga, etc. Sin embargo, paradójicamente dificultará la elaboración de su dolor. Cuando hablo de la elaboración de las emociones de Marta, me refiero a que las emociones cumplen una función: o bien cambiar las circunstancias externas que causan la emoción, o bien cambiar la percepción interna que tenemos de esas circunstancias. Sentir las emociones es la única forma en que estas pueden cumplir su función. Un acompañamiento terapéutico implica una relación de apoyo donde el paciente puede dejarse sentir lo que le ocurre sin temor a sentirse sobrepasado y otorgar un significado a su experiencia.
Autor del post:
psicoterapiacotidiana
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