Los seres humanos somos expertos en inventar y juzgar la realidad.
Cuando nuestras expectativas se cumplen, cuando se materializa aquello que construimos en nuestra mente, nos sentimos seguros y satisfechos. Las cosas son como deberían ser, están bien.
Sin embargo, cuando sorprendentemente la realidad no sigue los designios que nuestra mente ha diseñado, tendemos a juzgar que algo va mal. Es entonces cuando empezamos a pelear contra ella y, claro, cuando nos peleamos con la realidad tenemos pocas, poquísimas, posibilidades de salir victoriosos de la contienda. No nos damos cuenta de lo atrevido que es pensar que las cosas deberían ser como yo creo que deberían ser, como si le dijésemos a esa fuerza misteriosa que lleva moviendo el Universo desde hace miles de años “te equivocas cuando ocurre esto, escúchame a mi que YO sé como debería ser el mundo, las cosas deberían ser así ¡no se cómo lo puedes hacer tan mal!”.
Y entonces se abren dos caminos delante de nosotros, dependiendo de cual elijamos así será como nos sintamos. Porque lo que sentimos no tiene tanto que ver con lo que ocurre como con lo que hacemos con aquello que ocurre.
– El primer camino es seguir dándole vueltas dentro de nuestra cabeza a lo injusto, erróneo, etc. que son las cosas cuando no suceden como yo espero. Es el camino de seguir en la pelea contra la realidad, de no aceptar lo que pasa, de usar mucha energía para cambiarlo, de querer tener razón “Yo se mejor que el Universo, Dios, el Misterio o como quiera que se llame, como deberían ser las cosas”.
– El segundo camino es rendirnos a lo que ES, tratar de mirar más profundo para encontrar un sentido a lo que ocurre y, si es posible, aprender de ello y utilizarlo en nuestro crecimiento vital. Con rendirnos no me refiero a bajar los brazos y no hacer nada, rendirse es llevar nuestro hacer a una comprensión profunda de lo que ocurre, de nuestra posible responsabilidad en ello y de como, de alguna manera, cada cosa que ocurre es un beneficio para nosotros. Una mirada consciente muchas veces nos revela que en ocasiones atraemos situaciones difíciles para poder liberarnos de las ataduras de nuestros miedos y de nuestras creencias limitantes.
De la decisión de cual de los dos caminos vamos a transitar dependerá cómo nos sintamos.
Elegir el primer camino nos conduce inevitablemente al sufri-miento. A una pelea constante en la que queremos cambiar lo de fuera en vez de cambiar lo que la situación nos exige, a nosotros mismos. Pelearse con lo que ES es, sin duda, más fácil. Que cambien los demás, las circunstancias o la vida resulta más fácil porque no nos exige nada, pero al mismo tiempo nos inmoviliza en nuestros miedos, en nuestras defensas, impide nuestro crecimiento y que entremos en contacto con nuestros recursos más poderosos. Y es que la mentira más destructiva que nos podemos decir es que no somos capaces de evolucionar y desarrollar los recursos para enfrentar aquello que la vida nos pone delante. Dice una persona a la que admiro mucho, el dr. John Demartini, que la vida nunca te pone un problema que no puedas resolver. Cada vez que quieres que cambien los demás, de una manera indirecta te estás diciendo que tú no eres capaz, que lo deberían hacer los demás. También estás diciendo que tus creencias deberían ser la realidad, que sabes mejor que los demás o que la Vida misma lo que debería ser, que eres capaz de ver el futuro, analizar el pasado y evaluar el presente para certificar que tu creencia es ley, olvidando por ejemplo que, a veces, no conseguir lo que uno desea es un auténtico golpe de suerte.
Elegir el segundo camino es bailar con la vida. Es abrir el corazón con humildad al misterio. Es entender que a la vez somos tremendamente pequeños en este Universo y a la vez somos Uno con el Todo. Elegir la aceptación es tremendamente difícil porque nos saca de un golpe, a veces muy fuerte, de nuestras zonas de confort y nos coloca delante del reto de evolucionar, de soltar nuestra vieja piel para hacernos más grandes en nuestra humanidad. Elegir este camino difícil es elegir fluir en vez de resistirnos, es elegir sumar en vez de restar, es elegir conectar con nuestro poder interno en vez de dar poder a los demás.
Sin duda ésta última es nuestra opción, aunque no siempre seamos capaces de llevarla a cabo nosotros mismos, porque sabemos que en el fondo es la única posible. No nos olvidamos de que el equilibrio del Universo hace que cuanto más exigente sea el reto que afrontemos más fuerte será la apoyo que recibamos, y cuanto más intentemos que los demás nos apoyen o nos faciliten las cosas más retos aparecerán en nuestra vida. Siempre hay un curioso equilibrio entre reto-apoyo.
La paciente a la que le escribí la nota de la foto decía “Me quiero morir… pero no muero”. Lo que luego pudo descubrir es que no muere porque todavía tiene mucho por vivir. Y eso que le queda por vivir es algo que no se puede perder. Tratando de que las cosas sean fáciles, evitando el dolor, la exigencia, no vive lo que le queda por vivir y hasta que no lo haga no podrá morir, por lo menos no podrá morir llena y en paz. Eso si, estoy seguro de que cuando lo viva ya no querrá morir y cuando llegue la hora de morir lo podrá hacer con los brazos abiertos y el corazón sereno. El viaje ha sido recorrido y puedo partir, si intento partir sin hacer el viaje completo estoy traicionando a mi ser y entonces la muerte será en lucha, lejos del Amor que soy.
Cuando nuestras expectativas se cumplen, cuando se materializa aquello que construimos en nuestra mente, nos sentimos seguros y satisfechos. Las cosas son como deberían ser, están bien.
Sin embargo, cuando sorprendentemente la realidad no sigue los designios que nuestra mente ha diseñado, tendemos a juzgar que algo va mal. Es entonces cuando empezamos a pelear contra ella y, claro, cuando nos peleamos con la realidad tenemos pocas, poquísimas, posibilidades de salir victoriosos de la contienda. No nos damos cuenta de lo atrevido que es pensar que las cosas deberían ser como yo creo que deberían ser, como si le dijésemos a esa fuerza misteriosa que lleva moviendo el Universo desde hace miles de años “te equivocas cuando ocurre esto, escúchame a mi que YO sé como debería ser el mundo, las cosas deberían ser así ¡no se cómo lo puedes hacer tan mal!”.
Y entonces se abren dos caminos delante de nosotros, dependiendo de cual elijamos así será como nos sintamos. Porque lo que sentimos no tiene tanto que ver con lo que ocurre como con lo que hacemos con aquello que ocurre.
– El primer camino es seguir dándole vueltas dentro de nuestra cabeza a lo injusto, erróneo, etc. que son las cosas cuando no suceden como yo espero. Es el camino de seguir en la pelea contra la realidad, de no aceptar lo que pasa, de usar mucha energía para cambiarlo, de querer tener razón “Yo se mejor que el Universo, Dios, el Misterio o como quiera que se llame, como deberían ser las cosas”.
– El segundo camino es rendirnos a lo que ES, tratar de mirar más profundo para encontrar un sentido a lo que ocurre y, si es posible, aprender de ello y utilizarlo en nuestro crecimiento vital. Con rendirnos no me refiero a bajar los brazos y no hacer nada, rendirse es llevar nuestro hacer a una comprensión profunda de lo que ocurre, de nuestra posible responsabilidad en ello y de como, de alguna manera, cada cosa que ocurre es un beneficio para nosotros. Una mirada consciente muchas veces nos revela que en ocasiones atraemos situaciones difíciles para poder liberarnos de las ataduras de nuestros miedos y de nuestras creencias limitantes.
De la decisión de cual de los dos caminos vamos a transitar dependerá cómo nos sintamos.
Elegir el primer camino nos conduce inevitablemente al sufri-miento. A una pelea constante en la que queremos cambiar lo de fuera en vez de cambiar lo que la situación nos exige, a nosotros mismos. Pelearse con lo que ES es, sin duda, más fácil. Que cambien los demás, las circunstancias o la vida resulta más fácil porque no nos exige nada, pero al mismo tiempo nos inmoviliza en nuestros miedos, en nuestras defensas, impide nuestro crecimiento y que entremos en contacto con nuestros recursos más poderosos. Y es que la mentira más destructiva que nos podemos decir es que no somos capaces de evolucionar y desarrollar los recursos para enfrentar aquello que la vida nos pone delante. Dice una persona a la que admiro mucho, el dr. John Demartini, que la vida nunca te pone un problema que no puedas resolver. Cada vez que quieres que cambien los demás, de una manera indirecta te estás diciendo que tú no eres capaz, que lo deberían hacer los demás. También estás diciendo que tus creencias deberían ser la realidad, que sabes mejor que los demás o que la Vida misma lo que debería ser, que eres capaz de ver el futuro, analizar el pasado y evaluar el presente para certificar que tu creencia es ley, olvidando por ejemplo que, a veces, no conseguir lo que uno desea es un auténtico golpe de suerte.
Elegir el segundo camino es bailar con la vida. Es abrir el corazón con humildad al misterio. Es entender que a la vez somos tremendamente pequeños en este Universo y a la vez somos Uno con el Todo. Elegir la aceptación es tremendamente difícil porque nos saca de un golpe, a veces muy fuerte, de nuestras zonas de confort y nos coloca delante del reto de evolucionar, de soltar nuestra vieja piel para hacernos más grandes en nuestra humanidad. Elegir este camino difícil es elegir fluir en vez de resistirnos, es elegir sumar en vez de restar, es elegir conectar con nuestro poder interno en vez de dar poder a los demás.
Sin duda ésta última es nuestra opción, aunque no siempre seamos capaces de llevarla a cabo nosotros mismos, porque sabemos que en el fondo es la única posible. No nos olvidamos de que el equilibrio del Universo hace que cuanto más exigente sea el reto que afrontemos más fuerte será la apoyo que recibamos, y cuanto más intentemos que los demás nos apoyen o nos faciliten las cosas más retos aparecerán en nuestra vida. Siempre hay un curioso equilibrio entre reto-apoyo.
La paciente a la que le escribí la nota de la foto decía “Me quiero morir… pero no muero”. Lo que luego pudo descubrir es que no muere porque todavía tiene mucho por vivir. Y eso que le queda por vivir es algo que no se puede perder. Tratando de que las cosas sean fáciles, evitando el dolor, la exigencia, no vive lo que le queda por vivir y hasta que no lo haga no podrá morir, por lo menos no podrá morir llena y en paz. Eso si, estoy seguro de que cuando lo viva ya no querrá morir y cuando llegue la hora de morir lo podrá hacer con los brazos abiertos y el corazón sereno. El viaje ha sido recorrido y puedo partir, si intento partir sin hacer el viaje completo estoy traicionando a mi ser y entonces la muerte será en lucha, lejos del Amor que soy.
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