La vida de un hipocondríaco diríase que aparece como normal, sin problemas ni grandes agobios o teniendo la persona total entereza, y todo iría de maravilla de no ser por la presencia de malestares físicos incomprensibles que nunca parecen encajar en los cuadros médicos oficiales. Las nauseas, los mareos, el vértigo, el aturdimiento, son tan evidentes que sería absurdo no pensar que obedecen a alguna misteriosa enfermedad, siendo que no se ve ni reconoce el poder la ansiedad como causa de los síntomas.
Mientras que una persona preparada para reconocer sus emociones podría poder fácilmente etiquetar al aburrimiento, a la soledad, a la falta de estímulos, carencias sexuales, falta de afecto, rencor o ambición frustrada, el hipocondríaco padece de una alexitimia o incapacidad de encontrar el sentido de las emociones, sólo constata dolor de cabeza, de estómago, de las articulaciones, un extraño cansancio, molestias musculares misteriosas, sensaciones internas inquietantes, y todo ello le hace sospechar alguna enfermedad que coincidiera en algunos aspectos (aunque luego el médico encontrará más diferencias que similitudes).
La relación atormentada con el cuerpo delata la presencia oscura de lo que, al no poderse decir, elaborar o matizar, sólo obtiene atención en la superficie de la piel, en la contracción muscular, en espasmos sin sollozo, fruncido de cejas sin pensamiento, dolor sin herida que lo produzca.
Como quiera que lo que busca el hipocondríaco es en la dirección de la enfermedad, también se desconcierta al ver que nunca se resuelve el diagnóstico médico, ni ningún fármaco le cura de lo que no tiene.
Algunos médicos odian a esta clases de pacientes que parecen hacerles perder el tiempo y que constantemente cuestionan su profesionalidad. Pero el mensaje de "no tiene usted nada'' niega la existencia de lo que el hipocondríaco ve con la evidencia de sus sentidos, y le hace vacilar entre la idea de ser locos alucinando cosas que no existen y la idea de que tienen algo tan raro que los mismos médicos desconocen (algo que evoca la posibilidad de ser un "caso perdido''). El hipocondríaco se ve obligado a luchar contra corriente en pos de la dignidad de un estado verdadero de enfermo, pero esa verdad parece escurrirse constantemente, no proviene de las autoridades consagradas, ni de la experiencias de los seres queridos, ni aparece en las enciclopedias, ni se deduce fácilmente de las sesudas deducciones sobre el mapa de las molestias.
Esta situación cambia cuando encontramos por fin un trastorno verdadero, ¡la Hipocondriasis! . Es un trastorno donde confluyen la dificultad de conectarse con la intimidad de lo sentido y pensado, señales psicosomáticas de un alto nivel de ansiedad, rumiaciones fantasiosas sobre cuadros patológicos, sensaciones de incomprensión y desprecio y la tentación contante de estar pendientes de nuestro propio cuerpo rebelde.
La psicoterapia intenta encontrar los caminos de la elaboración y descubrimiento de la vida emotiva, el reconocimiento de las necesidades no resueltas, el control de las ideas obsesivas y circulares sobre la enfermedad, los múltiples aspectos de las síntomas psicosomáticos, la adecuada gestión del ánimo y de la capacidad de goce de la persona.
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