Ana acaba de enterarse de que su padre necesitará un transplante de corazón y aún se siente conmocionada porque no pensaba que él estuviese tan enfermo. Hoy ha quedado para tomar un café con una amiga y llevan media hora charlando de otras cosas. Ana siente que no puede pensar en nada más pero de momento prefiere no hablar de ello. De repente, su amiga recuerda que el padre de Ana estaba enfermo y le pregunta que tal han ido las pruebas con el médico. Ella le cuenta lo que les ha dicho el médico esa misma mañana haciendo un esfuerzo por contener el llanto, su amiga la abraza y le dice “lo siento mucho, dale un abrazo a tu padre de mi parte”. Ana deja de respirar cuando siente el contacto de su amiga, su cuerpo se tensa y hace un esfuerzo aún mayor para no llorar, aparta a su amiga como puede y al cabo de un momento se despide diciendo que tiene prisa.
La mujer de David es muy cariñosa y él siente que la quiere tanto como puede amarse a una persona. A David en parte le gusta que su mujer sea así de afectuosa porque siente que puede sentirse seguro y querido, sin embargo no puede dejarse ir del todo en el cariño. Su mujer a menudo se enfada con él porque dice que es hosco con ella, no le gusta que se muestre cariñosa en público y aunque estén solos, dejando aparte el sexo, cada vez que ella lo toca o lo abraza él siente que una parte de él se pone tensa por dentro y sólo puede pensar en escapar.
Adriana ha ido encadenando una pareja tras otra desde los catorce años. Ella se considera una persona enamoradiza, le cuesta mucho estar sin pareja y se ilusiona muchísimo cuando empieza una nueva relación porque siempre piensa que esta vez ha encontrado “al hombre de su vida” Su anterior pareja controlaba con el móvil donde estaba en cada momento y actualmente ha dejado de ver a algunos de sus amigos porque a su actual pareja no le gusta que quede con ellos.
El contacto y la intimidad con el otro son a la vez nuestro mayor deseo y nuestro mayor temor. Tocar y sentirnos tocados por otra persona es entrar en relación con nosotros mismos. Algunas personas, como Ana o como David huyen temerosas ante el contacto y la intimidad con el otro, otras como Adriana, se entregan a él y se pierden a sí mismas. Ambas son en realidad formas de huir de lo que somos, de nuestra vulnerabilidad, de nuestras limitaciones, del temor de ser indignos del amor del otro.
A menudo en el contacto con el otro tomamos conciencia de qué nos está pasando. Nos tocamos con el cuerpo, y es a través de las sensaciones corporales como nos hacemos conscientes de lo que nos ocurre. David tiene la fantasía de que un hombre debe ser siempre fuerte y cada vez que su mujer lo abraza algo se conmueve profundamente en él. Le parece increíble que alguien así pueda haberlo elegido como su pareja. David nunca le confesaría esto a su mujer. De hecho, apenas es consciente de ello. Tiene miedo de derrumbarse ante su propia vulnerabilidad, de mostrarla a su esposa y ser rechazado. Si David le mostrase lo que le ocurre a su mujer, seguramente se vería relevado de la obligación de ser fuerte y de tener que contener sus emociones en todo momento. Ana se siente incapaz de afrontar la noticia acerca de la salud de su padre. Si se permitiese sentir el abrazo de su amiga, entraría en contacto con toda la tensión de su cuerpo, con el esfuerzo titánico para no llorar y entonces correría el riesgo de dejarse llevar, de dejar de esforzarse en contener ella sus emociones y permitirse ser contenida por otra persona. Esa es la recompensa, la posibilidad de dejar a un lado nuestra carga, nuestro dolor, las obligaciones que nos imponemos, etc. Dejarnos ver y permitir que el otro nos conozca verdaderamente, dejar de llevar el peso de nuestra vida en una soledad acompañada y abrirnos al disfrute, al goce de compartir con el otro.
Sin embargo, conocer íntimamente a alguien, entrar en verdadero contacto con el otro implica mantener intacta la propia individualidad. En la búsqueda de su hombre ideal, Adriana se pierde a si misma, permite que sus parejas la controlen y decidan por ella. La forma de comportarse de Adriana parece muy diferente a las de Ana y David, pero en realidad es una respuesta al mismo miedo. Ana y David huyen del contacto porque el contacto implica conciencia de su vulnerabilidad y miedo al rechazo. Adriana huye del contacto con ella misma y del temor al rechazo haciéndose desaparecer, entregándose a la fusión con un otro supuestamente ideal. Al final, termina sintiéndose frustrada y menospreciada por sus parejas porque una relación satisfactoria sólo es posible entre individuos diferenciados.
El trabajo en un grupo terapéutico es un contexto privilegiado para personas como las de los ejemplos. Es un espacio que nos permite trabajar nuestra frontera de contacto, el punto en que el encuentro con el otro supone el encuentro con uno mismo. Al final el objetivo es siempre el mismo, encontrar el goce en la relación auténtica con el otro. La posibilidad de amar y ser amados, es sobretodo la posibilidad de amarnos a nosotros mismos, especialmente a aquello que consideramos más indigno, a nuestra parte más vulnerable y más dañada.
Autor del post:
psicoterapiacotidiana
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