En ocasiones, en la vida, nos enfrentamos a determinados problemas recurrentes. Tal vez dolores de cabeza, malestar general, lesiones frecuentes, digestiones difíciles, catarros, alergias… Puede incluso tratarse de nuestras propias paranoias personales. Desde una perspectiva consciente podemos percibirlo como problemas, síntomas, dolores de cabeza metafóricos que a veces se tornan en literales, preocupaciones estériles y obsesivas… El catálogo es tan amplio como la imaginación, y en cada edición del DSM estamos cada vez más trastonados.
En PNL también asumimos que estamos compuestos de partes. Puedes pensar en esto como quieras: desde partes psíquicas que cumplen sus propias funciones, como por ejemplo los diferentes roles vitales que asumimos, hasta partes físicas como cada uno de los huesos del esqueleto o cada uno de los órganos que nos componen. Como sistema que somos, cada una de nuestras partes tiene voz y voto sobre nosotros mismos, y de hecho influye sobre la totalidad, de la misma manera en que una vértebra fuera de su lugar influye sobre la estabilidad, el equilibrio y el bienestar de todo el esqueleto y, por extensión, del ser del que forma parte.
En una sesión de PNL presuponemos, en suma, que cada problema, síntoma o comportamiento cuenta con una parte responsable, y que esta parte responsable mantiene una intención positiva. Esto permite iniciar una comunicación en la que se acepta completa e incondicionalmente el problema que se aborda y también a la parte responsable del mismo. Este modelo facilita enormemente el trabajo de cambio.
Nuestras vidas están compuestas por bucles o lazos. Nos despertamos, nos levantamos, hacemos una serie de actividades organizadas en secuencias, nos acostamos y nos dormimos. Con el paso de los días repetimos estas secuencias formando un conjunto de patrones de comportamiento. Gran parte de estos comportamientos han sido repetidos tantas veces que han terminado siendo automatizados y puestos a cargo del inconsciente: cuando llega el momento de hacer algo que ya sabe hacer, el consciente delega la tarea en el inconsciente para liberarse y enfocarse en aprender nuevos patrones.
Con el paso de tiempo, gran parte de estos bucles son programas terminados y archivados. Cuando tienes que beber un vaso de agua no piensas en cómo hacerlo; simplemente sucede. Cuando la persona está satisfecha con su vida, entonces estos programas funcionan suavemente, los lazos enlazan entre sí con elegantes transiciones y el sistema funciona en equilibrio consigo mismo y con el ecosistema que habita.
Ahora, la vida es cambiante. Cada uno de nosotros cambia con el transcurso de los años. Nuevas personas entran y salen de nuestras vidas, debemos asumir nuevos retos y aprender nuevas habilidades… Somos sistemas abiertos, y nuestros lazos o bucles se comunican con los lazos de otras personas. Nuestros comportamientos interfieren entre sí. Nuestras intenciones colisionan. Sólo una persona puede ocupar el espacio que ocupa una persona cada vez. Así, estamos obligados a aceptar la responsabilidad de nuestra interacción con lo que nos rodea y hacer los ajustes y los cambios apropiados en nuestros propios lazos para mantener una relación armoniosa, saludable y próspera con el entorno.
Recuerdo un vídeo en el que Richard Bandler contaba el caso de una cliente con la que trabajó una vez.
Esta mujer explicaba que a veces sus piernas se debilitaban y simplemente se desplomaba. Sus piernas dejaban de tenerla, así que debía cada vez permanecer tumbada hasta que el entumecimiento que sentía se disipara.
Esta mujer había pasado por media docena de especialistas en neurología. Le habían hecho todo tipo de pruebas y todas habían resultado concluyentes: no había nada en su neurología que explicara el entumecimiento de sus piernas.
Cuando Bandler habló con la mujer, su marido estaba presente. Él empezó a quejarse de los trastornos que el problema de su mujer le suponía. Contó cómo ahora incluso tenía que fregar los platos y cortar el césped. Bandler se dio cuenta de cómo, cada vez que el hombre hablaba de una de las cosas que ahora tenía que hacer, una sonrisa se dibujaba en el rostro de su mujer.
Así, Bandler utilizó una técnica hipnótica para negociar con las piernas de la mujer y les pidió que sólo se entumecieran cuando fuera completamente necesario para que la mujer comprendiera verdaderamente cuál era el mensaje que tenían para ella.
Cuenta que se marcharon y llegaron a casa. Él le dijo a ella que fregara los platos. Ella comenzó y, en mitad de la faena, sus piernas se entumecieron. Entonces cerró el grifo, fue hasta su marido y le dijo: “¡Se acabó! ¡Sácame a cenar fuera!”.
Desde ese día sus piernas dejaron de entumecerse. A veces el inconsciente puede tener un curioso sentido del humor.
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